A veces me siento ingenuo al soñar con la rutina común y silvestre

¿Puedo hacer una piyamada con las chicas después de “Casi perfectas”? Mi hija de 11 años me saca una sonrisa con la pregunta. Sus tiempos son diferentes. “Casi perfectas” es un

espectáculo de dos youtubers que hacen estrago entre las preadolescentes. La cita ¿es? ¿era? el 25 de abril en el Gran Rex; sacamos las entradas en enero para conseguir un asiento no demasiado malo (ni hablemos del precio). En un momento de debilidad accedí a acompañarla junto a cuatro amigas. Ella intuye que el fin de la cuarentena significará ir al teatro, volver a las piyamadas, dejar tanta malaria detrás. Tuve que poner un poco de paños fríos –”Quién sabe dónde estaremos el 25, hija”– con poco éxito. Sigue entusiasmada.

A los que no tenemos 11 años nos cuesta imaginar el futuro cercano. Hasta el 12 de abril resulta sencillo: puertas adentro. ¿Pero después? A excepción de que se descubra la cura milagrosa, ¿cómo será nuestra vida social en los próximos meses? Dicen que de a poco. Pero la gente necesita ilusiones: recibo un mensaje de un amigo, que en Italia empiezan a ser optimistas porque la curva está en descenso. Le respondo con cierto escepticismo: soy de los que creen, como Angela Merkel, que en unos meses todos vamos a estar contagiados.

La vida, sin embargo, no se va a paralizar. No hay plan de ayuda que aguante. Por más que los grupos de riesgos se queden en casa, nos vamos a volver a encontrar en el subte, en los colectivos. Así seamos menos, ¿cómo mantenemos a cierta distancia? Dicen que habrá menos gente porque se va a volver a trabajar por franjas. Hoy un tercio, mañana el otro y así. ¿Pero alcanza?

Yo también tengo mi ilusión secreta, aunque me ruborice por ser pequeña, egoísta. Imagino que renuncio a casi todo menos a salir a correr. Lo aeróbico entró en mi vida hace unos diez años y se convirtió en adicción. Hubo épocas en que corría diez kilómetros a la mañana, pero no todos los días. Ahora hago menos, cinco o seis veces por semana. Lo extraño. Intenté ejercitarme on-line, con tutorials, musculación en el piso. Sin éxito, amigos: me aburro soberanamente. Necesito el movimiento, ir por más.

Sueño cómo lo retomaré. En espacios abiertos no debiera ser peligroso… si uno se cuida del que viene atrás. Y del que está adelante. Y del que viene en dirección contraria. Pero me ilusiono: yo en el parque, con las zapatillas puestas. No sé si contárselo a mi hija, quizás piense que soy un poco ingenuo.

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Clarín

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