Bob Dylan, del asesinato de JFK a los días de “la peste”

Lo volvió a hacer. Y lo hizo como le gusta, en modo Dylan: siempre distinto. Si va a ser noticia, que sea diferente, con su sello personal.

Algunos ejemplos

resonantes de los últimos años: que lo declaren Premio Nobel de Literatura y no contestarle el teléfono a la Academia sueca por varias semanas. Después de eso, en lugar de dar nuevas muestras de su inigualable pluma, entregarse por completo al repertorio de Sinatra, repasando el Great American Songbook con clásicos firmados por Cole Porter o Rodgers and Hart, entre otros, editando cinco discos (¡uno triple!) en plan crooner.

O deteniendo a su banda, en una de sus últimas presentaciones de su interminable Never Ending Tour (¡iniciada en 1988!), harto del murmullo electrónico de las selfies, para encarar al público así: “¿Tocamos o posamos?”.

Y la más reciente, hace días, lanzando a la web Murder Most Foul, su primer tema original en ocho años, un épico homenaje a JFK de 16 minutos 55 segundos, el tema más largo de todos los que compuso, y escribió mucho desde que en en marzo de 1962 lanzara su primer LP, Bob Dylan.

Lo hizo con este tuit: “Esta es una canción inédita que grabamos hace un tiempo y que te puede resultar interesante. Mantente a salvo, observa, y que Dios esté contigo”, escribió a sus 78 años.

O sea, qué mejor que matizar el aislamiento de la cuarentena con este relato donde el asesinato del presidente Kennedy (“El día que lo mataron, alguien me dijo: ‘Hijo, la edad del Anticristo apenas ha comenzado’”) le sirve como disparador para mostrar cómo han cambiado los tiempos y, de paso, dibujar un autorretrato a través de innumerables referencias a la cultura pop, el blues y el jazz, matizadas con menciones cinéfilas y sí, pocas menciones literarias, aunque una que valen por muchas, la del título, que alude nada menos que a William Shakespeare. Murder Most Foul (El asesinato más cruel) es lo que le dice el rey Hamlet a su hijo.

Una fiesta, a la vez, para el universo de la dylanología, esa religión sin ateos esparcida por todo el mundo. Gente que analiza cada palabra y cada gesto de Dylan como si se tratara del Mesías.

Gente rara -digamosló-, más que fans, que una vez al día, por lo menos, no deja de conectarse a internet para consultar Expecting Rain, una web íntegramente dedicada a su obra, que ofrece a diario los principales links con las noticias dylanitas publicadas en medios de todo el mundo.

Dylan no precisa la fecha de autoría de la canción. Descubrirla es tarea -otra vez- de dylanitas que, así como el baqueano rastrea a su presa en La Pampa husmeando la tierra, más de uno es capaz de fechar los temas del trovador de acuerdo a la lija esmerilada de su voz. Acá Dylan narra (más que cantar, cuenta) con ese fraseo raspado tan Goyeneche que viene pronunciando en la última década. Y a la vez es imposible no asociarlo con el último Leonard Cohen o el cada vez más vigente Nick Cave.

Dylanitas y dylanólogos, entonces, ávidos de descifrar la letra. Algunas referencias apuntan al rock: para empezar, habla de los Beatles, que “están llegando, y van a tomar tu mano” (en febrero de 1964, con la primera actuación de los Fab Four en el show de Ed Sullivan, nacía la beatlemanía).

O la de Altamont (la tragedia del recital de los Rolling Stones de 1969 que clausuró los utópicos ‘60 de “paz y amor”).

La tele está presente con The Twilight Zone (esa Dimensión desconocida del genial Rod Sterling que habló de una sociedad distópica mucho antes de que el calificativo apocalíptico marcara tantas series en la Era Netflix).

Y así comos en 1965 le pedíá al Mr. Tambourine Man -clásico de clásicos- que le toque una canción, ahora, 55 años después, el narrador pide varias más: What I’ve Said (de Ray Charles), Don’t Let Me Misunderstood (Nina Simone), What’s New Pussicat (Tom Jones) y The Acid Queen (The Who).

También hay blues, por supuesto (John Lee Hooker) y mucho jazz (Thelonious Monk, Oscar Peterson, Stan Getz y Charlie Parker).

Y películas (Lo que el viento se llevó o American Grafitti, a través del Dj Wolfman Jack). O la más relacionada con el caso, el famoso corto casero, autoría de Zapruder, que documenta el momento exacto en que Oswald hace blanco en Kennedy.

Pero Dylan -se sabe- es un artista complejo, de múltiples lecturas, que ha labrado su carrera más con mentiras verdaderas que con verdades absolutas.

La prueba más reciente es el excelente documental firmado (no filmado) por Martin Scorsese para Netflix, Rolling Thunder Revue, A Bob Dylan Story, donde aquella memorable gira de 1976 por pequeñas ciudades de Estados Unidos, en la que el director de El Irlandés -con la complicidad de Bob, claro-, cuentan la historia mezclando ficción y realidad sin previo aviso…

Tanto que son tan ciertos los testimonios de Allen Ginsberg (prócer de la beat generation), Sam Shepard (primero dramaturgo, después actor y esposo de Jessica Lange), como falso el que brinda Sharon Stone (en su mejor actuación desde Casino, ¿y no hace falta recordar de quién es, no?), de quien se insinúa que llegó a visitarlo en camarines con actitud de groupi. Casi un ensayo sobre las tan mentadas y actuales fake news.

¿Por qué creerle a un hombre que el mismo día que lo ficharon en Columbia (allá en 1961), cuando lo mandaron al departamento de prensa para hacer un primer perfil destinado a los medios, contó que su infancia había trascurrido girando con una feria musical ambulante, en lugar de sus corrientes díás en familia en su Minnesota natal?

En diciembre de 1963, con una nación todavía en shock por el magnicidio, le otorgaron el Premio Tom Paine como el joven portavoz de una generación en que se había convertido. A la hora de agradecer, un Dylan algo borracho balbuceó varios párrafos y, aludiendo a JFK, para estupor de los presentes, mencionó a Lee Harvey Oswald y remató: “Puedo ver en él algo de mí mismo”.

CJL

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