El paso del coronavirus sacó a la luz un reconfortante soplo de sensibilidad, expresada por gente comprometida con un futuro más promisorio para todos. En la Argentina, la desobediencia de cumplir
con la consigna de permanecer aislados no alcanzó para desdibujar el esfuerzo de la comunidad médica, las fuerzas de seguridad y los funcionarios más comprometidos con este desafío.
La TV y las redes sociales testimonian los nuevos modos de supervivencia puertas adentro, contrastados con la lucha librada en el espacio público y los hospitales. Pero el alcance de esas imágenes en continuado deja al margen los confines del país menos transitados en tiempos normales. En esos maravillosos paisajes naturales, la pandemia diversificó la actividad de los guardaparques nacionales. Impulsados por la consigna “Nadie se salva sólo”, ello ponen a prueba su capacidad para vigilar el cumplimiento de la prohibición de ingreso a todas las áreas de uso público, asistir a pueblos y mínimos parajes con alimentos y artículos esenciales, montar módulos sanitarios de emergencia y acompañar a médicos y enfermeros en la disputa contra el Covid-19 y el dengue.
Bajo la nubosa selva de Jujuy, las lluvias dejaron más obstáculos para los pobladores y los cuidadores del Parque Nacional Calilegua: el río San Lorenzo y un grueso manojo de arroyos crecieron hasta correr desbocados, provocar derrumbes en los cerros y abrir un cráter en la ruta 83. Un puñado de hombres afronta en silencio ese desafío mayor, convencidos de que, para la gente local, el destino sólo queda en manos de ellos –un puñado de almas providenciales- y los dictados de la naturaleza.
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Clarín
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