La recomendación ante la pandemia que ocasionó el coronavirus es unánime y, en estos momentos, es ley: no hay que salir de casa hasta que se levante la cuarentena. Por el
momento eso significa un adiós momentáneo a los paseos y un hola rotundo a los sistemas de streaming de audio y televisión o, en los casos más vintage, las discotecas o las colecciones de películas en formato físico.
Como ya dijo Pipo Pescador, “el viajar es un placer que nos suele suceder”. Entonces, ante la imposibilidad de hacerlo en un auto -feo o lindo, lo mismo da-, qué mejor que imaginar una recorrida virtual por la Ciudad de Buenos Aires con una playlist que represente, de manera caprichosa y para nada definitiva, a los barrios más distintivos de este lugar, ya sea por menciones, escenarios de nacimientos o simplemente por identificación.
Un juego y no una clasificación, un viaje que puede ser en el medio de transporte que ustedes elijan (auto, colectivo, bici, subte, con todas las combinaciones posibles entre sí, o no), pero convertido en música.
Arranquemos por el Kilómetro Cero de las rutas argentinas hasta el fin, ubicado en la Plaza Mariano Moreno (Virrey Cevallos entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen) y no, como se suele citar, en la Plaza Congreso. Entonces, la partida es por la Avenida Rivadavia de Manal para ver “la luna rodando por Callao” de la Balada para un loco de Ferrer y Piazzolla ya en el Barrio Norte y, al llegar a Avenida del Libertador, pasar cerquita de El palacio de las flores al que supo hacer mención Andrés Calamaro, cerca de la estación Retiro, en la cortada Basavilvaso.
De ahí, por Libertador o por la bicisenda o haciendo running, llegamos a Palermo, patria chica del último Miguel Abuelo, retratado por un visitante, Leiva, en su Palermo no es Hollywood. Y luego, seguimos camino para el Bajo Belgrano al que tan bien le cantó Luis Alberto Spinetta al comando de Jade (“Los gorriones se suben a todo armiño luminoso. Tango de caras, organillero distinto, sentado en la avenida…Y ya nadie te escucha nunca”) que se da la mano con la Avenida Alcorta a la que le supo cantar un cansado Gustavo Cerati, el mismo que patentó títulos como En la ciudad de la furia y frases como “Buenos Aires, Buenos Aires, humedad…” en Sale el sol.
La franja de Saavedra / Coghlan / Villa Urquiza, si bien también es dominio spinetteano vía Luis y Dante, puede asociarse al Trans Siberian Express que comanda Richard Coleman (“Siberia” es la denominación cariñosa que tiene la parte más olvidada de Urquiza) o a los Estudios El Pie de Alejandro Lerner, ubicados en la misma zona. El camino continua por Agronomía / Villa del Parque/Villa Devoto, que entra en el radar de Antonio Birabent que registra El oeste cercano, y donde los Ratones Paranoicos son hijos dilectos.
Celeste Carballo muestra la puerta de salida, en Para salir de Devoto, y después, La Paternal, terreno del Carposaurio Norberto Aníbal Napolitano, ese que supo decir que con dos bajistas la cosa suele sonar mejor, y donde Skay encuentra un Golem al que cantarle.
Al llegar a Caballito es imposible no pensar en los jóvenes Charly García y Nito Mestre y el fin de este verano descalzo y rubio que tan bien retrataron en Estación. La parada posterior es Flores, y entre su caos habitual pero no actual es menester recordar esa Nazca, que tan bien supo documentar Daniel Melero en Conga, su debut como solista, que muestra que no todo en el barrio de César Aira es rock and roll.
Donde casi todo es rock es en el eje que integran Liniers, a cuya Montiel 134 rindieron tributo Los Tipitos; Mataderos y Lugano, con Catupecu Machu, La Renga, Attaque 77 y Viejas Locas, respectivamente, copando la parada, allí donde vivió más de un Héroe de nadie y donde sonó más de una vez El twist del pibe.
La tríada de Soldati, Pompeya y Parque Chacabuco se asume como más tanguera: ¿o acaso alguien le puede discutir porteñidad a los versos de Sur? Lo mismo ocurre con el cuarteto que integran Boedo, Parque Patricios, Almagro y el Abasto: La estética del resentimiento, de Pez puede chocar su codo con Ayer, de Daniel Melingo, con el Nació Bonavena de Las Pastillas del Abuelo, con Los caminos de la vida de Vicenticoy con Mañana en el Abasto de Sumo, bajo la atenta mirada de Carlos Gardel. Demás está decir que todos los nombrados son nacidos o vecinos de este indudable centro magnético que tiene la ciudad de Buenos Aires.
No hay canción que refleje mejor la zona de Plaza Constitución que 4 A.M. de Babasónicos, como no hay mejores canciones para Barracas como Soledad, la de Barracas (interpretado por la orquesta de Aníbal Troilo o por Tita Merello, como ustedes prefieran), Caminito (por Gardel, claro) o Nieblas del Riachuelo (cantado por Edmundo Rivero) para transitar por La Boca (también podemos resaltar el espíritu blusero y genovés de la barriada, que se refleja en el Samovar de Rasputín, bar que tuvo su apogeo en los 90 y que aún continua abierto).
Demorado en San Telmo, de Moris y Antonio Birabent, aceleran hacia el punto final de este recorrido, que merece como premio que, antes de regresar al Kilómetro Cero, hagamos una parada en la Avenida Corrientes para apurar sendas porciones de pizza y fainá acompañadas por un vasito de moscato, tal como supo cantar Adrián Otero al comando de Memphis La Blusera.
Y dejar abierta la puerta por si a alguien no le gusta este recorrido para proponer una musicalización inapelable: recorrer la ciudad con las Cuatro Estaciones de Astor Piazzolla, en un repeat constante y permanente. O en ese homenaje eterno de Alberto Castillo, el hombre de Los cien barrios porteños.
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E.S.
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