Cinco sesiones de terapia por videollamada después, me di cuenta de que había perdido mi estructura.“Mi estructura” era la rutina, en mi caso bastante simple pero, justamente, “mía”. Desde que arrancó
la cuarentena, predico el lema “solo por hoy” y soy sumisa a los imperativos “quedate en casa”, “lavate las manos”, “mantené distancia”. Sobrevivo a la paradoja de ser consciente de esta tragedia y al mismo tiempo, negarla.
Según datos de la Dirección de Estadísticas y Censos porteña, el 40% de los hogares de la Ciudad son unipersonales, es decir, casi la mitad de los lugares para vivir están habitados por una sola persona. Ahora, cuando nadie es digno de entrar en la casa de nadie, los solos y las solas comemos mirando un punto fijo, le gritamos al televisor, creemos que los objetos nos hablan o que la mascota nos mira raro.
También pagamos expensas por las amenities que no podemos usar, nos cruzamos en el grupo de WhatsApp del edificio, investigamos quién se llevó esas tres colchonetas del gym (¿a quién le importa?). Mandamos audios larguísimos, nos tomamos selfies como prueba de vida, sentimos que estamos atrapados en un paréntesis: está en pausa la vida, el trabajo, las relaciones.Los solos, aislados y esterilizados, resistimos.
Soledad en su departamento de Villa Crespo, se autoretrata en cuarentena. /Soledad Villalobos.
Reconozco que cuando el Coronavirus fue declarado pandemia, la interrupción de la vida normal me resultó imposible de implementar.Pero aquí estamos, encerrados, incluso los exceptuados en el DNU. Somos resilientes: en medio del intervalo queremos recuperar nuestro cotidiano. Es imposible y así será por mucho tiempo.
Se determinó que la mejor forma que tenemos para enfrentar la propagación del virus y así cuidar de la salud de todos y todas es el aislamiento.. / Soledad Villalobos
Cerca de mi casa, en San Cristóbal, hay un local de ropa. En una de mis salidas observé que en la vidriera quedaron las prendas de verano con sus colores neón, escotes y shorts. El vidrio devolvió mi propio reflejo: soy un maniquí más, detenido en el tiempo.
En la vidriera los maniquíes todavía exhiben la ropa de verano, en un local ubicado en San Cristóbal, CABA.
El Himalaya y la neurosis
El miércoles leí esta noticia: “Cuarentena por coronavirus: se logró ver el Himalaya por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial”. Resulta que en Nueva Delhi, capital mundial de la contaminación, se respira el aire más limpio desde 2016. El confinamiento de 1.300 millones de indios y la paralización de toda actividad comercial, hicieron que las cimas asomen. Las fotos muestran una franja blanca y desordenada, pero no hay dudas: ahí está, desnuda, la cordillera de Asia.
No sé para el resto, pero para los que pasamos el aislamiento en soledad, la pandemia operó como en la India: no tapó nuestras neurosis sino que las dejó al descubierto. Acá están todas nuestras alteraciones emocionales. Ninguna es nueva, eh. Las teníamos encima y el confinamiento las potenció.
Vive sola, con Matilda, su gata, se acompañan en esta cuarentena. / Soledad Villalobos
Para Jésica –docente de inglés, 37 años– la reclusión no es un problema.Dejó la casa de sus padres hace varios años, vive sola y de su trabajo, ahora dando clases virtuales. Pero, pero, en un audio de WhatsApp me cuenta: “Esto de estar acostumbrada puede ser muy negativo. Desde que soy independiente no pude tener pareja. Estoy perfecto, pero me cuesta relacionarme. Es difícil encontrar con quién empatizar… justo estaba conociendo a alguien y el aislamiento fue como un antes y un después. Hubo un intercambio de mensajes feo, no nos entendimos y lo terminé bloqueando ”.
¡Enhorabuena, haz completado tu entrenamiento!
Soy una yogui disciplinada.Apenas decretaron la cuarentena obligatoria, el shala –así se llama el salón donde se practica ashtanga– cerró. También cerró la cadena de gimnasios a la que iba un par de veces a la semana para lo mismo: hacer yoga. Esta disciplina es, digamos, individual. Cada uno con su mat, haciendo la serie “en” su mat, sin espejos y a su ritmo. Sin embargo, estamos ahí, en comunión. Extraño el mantra de apertura cantado de oído y rodeada de desconocidos.
Practico en casa y en soledad desde que arrancó el aislamiento. Nunca antes lo había hecho. Y como parece que lo de siempre es poco y esto algún día terminará, descargué una aplicación para entrenarme. No me importó cómo estaba rankeada, la elegí por el ícono: el más ordinario entre los ordinarios.
Bueno, la app manda notificaciones como quien entra sin golpear: me recuerda que tengo que entrenar, me reta si no entrené, me felicita cuando lo hice, me pregunta si estoy cansada, se enoja si dejo para el día siguiente el “work of the day” con un emoji enojado y una frase que debería entusiasmarme: “No te rindas, ¡sigue adelante!”. Aun cuando esta contingencia impida el contacto de siempre, una busca jefes y padres donde sea.
En su casa, con ropa deportiva, siguiendo la rutina de ejercicios. / Soledad Villalobos
Pero entrenar en casa tiene sus ventajas. El cotidiano, la vida apurada, invisibilizó ciertos rincones del lugar en el que vivimos. También los muebles. De hecho una mesita que no usaba se convirtió, de repente, en un regio escritorio. Y gracias a la prasarita, una postura del ashtanga, pude ver lo que nunca antes: mugre acumulada debajo de la biblioteca. En un departamento que huele a lavandina es un insulto. El fastidio, igual, duró tres respiraciones y después me olvidé del tema.
Me cuenta Diamela en un mensaje: “Estoy aprendiendo a disfrutar espacios nuevos. Comparto los lugares de sol con la ropa limpia, por ejemplo. Nos vamos turnando. No tengo balcón, no tengo dónde colgar la ropa. La próxima vez que busque dónde vivir, voy a preguntarme si es un lugar en el que me gustaría estar encerrada”.
Almuerzo para uno./ Soledad Villalobos.
La vida es la pantalla
Limpio el teléfono como si fuera una ventana. Desde que comenzó el aislamiento veo la vida a través de las pantallas del celu, del televisor, de la computadora. El día cinco o seis (perdón, como todos, ya no sé) de cuarentena una amiga se separó. Mantuvo una relación durante diez meses hasta que él decidió terminarla. El corte fue por WhatsApp, lo que en situaciones normales equivale a que te dejen en… bueno, en el lugar que menos te guste.
Esa noche hicimos videollamada. Mi amiga estaba ahí, tan cerca, tan lejos, desarmada. Entre su balbuceo y la mala conexión entendí esto: “¿Sabés qué, boluda? Esto es una locura, esto no sirve, no alcanza. Necesito llorar abrazada a alguien… este duelo de mierda va a costar el doble… “. Hice silencio porque tiene razón. La virtualidad es insuficiente.
La cuarentena de los solos. /Xinhua.
Ahora que sí nos vemos, ahora que entre cinco amigas acordamos un horario y nos encontramos en Zoom, charlamos lo de siempre aunque “lo de siempre” termine intervenido por el tema del momento, Covid-19. Entramos en un bache que termina en la incertidumbre total, así que mejor “finalizar reunión”. Otro cambio en la estructura: nunca nos hubiésemos levantado así nomás de la mesa de amigas.
Pero en Zoom pasan otras cosas, como “Baila en casa”. Basta un enlace y el ID de la reunión para “entrar” en la fiesta. Entonces la pantalla de la computadora se convierte en un mosaico de cincuenta caras o cuerpos, viñetas que muestran un living o una cocina donde las personas bailan solas al compás de un DJ. Como nunca antes usamos la cámara frontal. Cuando levanten la cuarentena, ¿estaremos listos para ponerle el cuerpo a la experiencia?
Amor, sexo y metros cuadrados
Mariana y Juan están en pareja desde hace poco más un año.Cuando decretaron el confinamiento, él se pescó un resfrío y a ella la mandaron a su casa porque un compañero de trabajo tenía síntomas compatibles con el virus. Decidieron cuarentenear separados y hace un mes que no se ven. Y se extrañan muchísimo.
“Estamos hablando más, contándonos todo lo que hacemos. Todos los días hacemos una videollamada. Buscamos una actividad para compartir, a veces desayunamos ‘juntos’. Probamos jugar en línea a algo; a él le divierte, a mí no tanto. O bailamos unas cumbias, él en su casa, yo en la mía. En cuanto al sexo, nada. A él no le copa lo virtual. Igual medio que entramos en una especie de normalidad, ¿no? ”, me cuenta ella en un audio larguísimo que no me molesta para nada. Y remata: “Las cosas siguen bien pero es cada vez más difícil”.
Trabajando en el living. / Soledad Villalobos
Un amigo invitó a su pareja a pasar el aislamiento juntos. Tenían una relación estable pero reciente. La convivencia de apuro terminó el día 18 de cuarentena por una discusión doméstica. Ella se quejaba de que él no se ocupaba de “las tareas del hogar”. El dice que está mejor así, solo.Otro amigo soltero me cuenta que está aburrido, que se volvió un experto del sexting pero “quedo más caliente que antes de arrancar el chat”. Cuando ya likeó lo suficiente, miró cada vivo de Instagram y terminó lo pendiente en Netflix, otro amigo se desespera: “No aguanto más”, mensajea.
El aislamiento tiene la lógica de un dique de contención: retiene agua, el agua empuja y el sistema cede. Estamos en la fase de retención, haciendo un sacrificio enorme. La necesidad imperiosa de salir a ganarse el mango, la familia, los amigos, la urgencia de la carne… y el desborde. No violamos la cuarentena por responsabilidad ciudadana. Y porque el miedo al contagio y al escrache es más fuerte.
Una cuestión de tacto
El jueves se publicó un artículo en el New York Times titulado: “Cuando la pandemia nos deja solos, ansiosos y deprimidos”. Lo escribió Andrew Solomon, profesor de psicología médica de la Universidad de Columbia. El autor sabe de qué habla: durante 30 años, la mayor parte de su vida adulta, le peleó a la depresión y la ansiedad. La nota plantea que en los Estados Unidos hay un tratamiento desigual de los dos tipos de salud, la física y la mental. Y refiere al resultado de un estudio: la mitad de los encuestados dijo que su salud mental estaba siendo perjudicada por la pandemia del Coronavirus.
Le pregunto a Carla cómo está pasando la cuarentena en soledad y me envía un mail: “Para mi estado anímico, una persona con depresión crónica, el encierro no es nada bueno. Pero no me cuesta. Lo único que me molesta de la cuarentena es tener que cocinar. Tampoco me gusta limpiar pero por los gatos tengo que estar siempre atenta a que esté más o menos todo ordenado. En el trabajo, estoy más activa ”. Releo el correo y me pasan dos cosas: me alegro por ella y me da culpa, porque yo, que no estoy enferma, la estoy pasando mal.
Una mujer sola en su balcón. /Xinhua.
Desde que arrancó la cuarentena salí pocas veces de mi casa. Aquí, en casa, no me siento en riesgo pero noto que me demoro en la ducha.No, no es un tema de aseo. Hay algo del agua, del agua caliente tocando la piel que me reconforta. Como sentir el tono, el peso de algo sobre el cuerpo.
Encuentro en el artículo del NYT una posible respuesta: “privación táctil”.Más simple: el impedimento de contacto físico. Mucho más simple: no poder abrazar, besar o acariciar nos pone tristes. Cuando reabran los bares y los boliches, la pregunta nueva posiblemente sea: “¿Tuviste el virus?”o “¿Seguro cumpliste con la cuarentena?”. Todavía no pasó y ya es demoledor.
La lotería de los sueños
Sueño con océanos, con mares quietos como en mapas. El giro argumental aparece cuando la línea del horizonte se comba, se eleva y forma una ola rápida y furiosa. Me despierto cuando la tengo encima. La secuencia parece un gráfico en una filmina. La frase “achatar la curva” es, desde hace varias semanas, meta y lugar común: nos la apropiamos.
Cuarentena con mascotas es una mejor cuarentena. /Soledad Villalobos.
Aislada, las cifras de infectados, recuperados y fallecidos por Covid-19 me parecen lejanas, poco tangibles. La masacre económica con la que se especula no es tan abstracta y sí me asusta.También me desesperan los hospitales montados de urgencia. Todavía en la cama, tomo el teléfono. En el chat grupal, mis amigas cuentan sus sueños, la mayoría involucran balcones. Distanciamiento social con conexión onírica.
Tiempo de “encontrarse”
La radio es compañía siempre, pero ahora más que nunca. Subo y bajo por FMs y AMs. Me ata la noticia, pero sobre todo me atraen los mensajes de los y las oyentes.Un hombre dice: “A las 19 hacemos videollamada con mi novia y festejamos que pasamos otro día de cuarentena”. Una mujer cuenta: “38 años de casados, la cuarentena nos vino bárbaro: hemos hecho el amor infinidad de veces”. Escucho y sonrío en la cocina.
Preparada para salir a hacer las compras. /Soledad Villalobos.
Hay otro discurso que se cuela en la radio, en las redes y entre amigos . Al parecer, todo esto fue digitado para el autoconocimiento, la meditación y la introspección, para ver dónde estamos parados y qué nos “hace mal”. Hay algo positivo, pero las personas como yo no lo vemos. Eso dice otra oyente: “Es tiempo de quererse. Hay que abrazarse, abrazarse mucho , como a los árboles”. Me desdoblo, me miro como si me mirase otra Victoria: yo me quiero. Miro a mi alrededor: estoy más cerca de abrazar una maceta que un árbol.
El tiempo es un reptil: horas paralizado al sol hasta que algo lo asusta y se escurre. Entonces cae la noche y otro día se va. La madrugada se paga en cuotas, somos muchos los solos y los insomnes. Tirada en el sillón, mientras contemplo otro amanecer, pienso: ¿cuál será la verdadera lección de todo esto?
PS
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