Silencio

Pillo por ahí que el trote de ruido, o ruidazo, de la ciudad ha bajado desde niveles de polígono a niveles de residencia en la sierra. Y hablamos de la zona centro,

mayormente. No es exageración de confinado. Lo avalan mediciones. Lo cuentan los aparatos, y no un ramo de vecinos cabreados. La noticia parece obvia, pero no lo es tanto, porque el ruido es una contaminación mayor, en esta ciudad con un trono en los bullicios. Valle Inclán vio un Madrid hambriento, brillante y solitario, y esto es lo que nosotros vamos viendo ahora, porque hay hambre de escapada, brillantez porque sí, y soledad insólita, porque Madrid es una ciudad desvelada, y no conocía la madrugada donde no hay nadie, hasta ahora. Pero resulta que hemos descubierto el silencio. En Malasaña viven bajo el silencio de un chalet de norte, en Sol amanece y anochece con el mismo sigilo que en un bosque. Si uno se asoma a la calle, sopesa un cementerio de todo lo que la animaba. Esto es estupefaciente en una ciudad que presume de ver poesía en un atasco, y que vive varias noches en una misma noche, hasta que el cuerpo no aguante. Madrid tiene, y tenía, de todo, alcalde, pero le faltaba el silencio, y esto no lo pongo yo aquí para que usted nos haga algún milagro cuando el coronavirus escampe, sino para recordar a pie de ejemplo que la contaminación del aire también incluye una contaminación acústica. Está usted llevando con mano de solvencia la catástrofe del Covid-19, y ojalá nos llegue pronto el verano, pero no el meteorológico, que también, sino el verano de la vida, que es lo que teníamos, y que se nos ha quedado parado, y pendiente, hasta nueva orden. Pues, bien, cuando ese verano llegue, recuerde usted que nuestro Madrid hambriento, brillante y solitario ya no volverá, pero no sería un capricho, o un dislate, recuperar un poco el silencio que ahora perfuma la calle, y las casas, a resultas. El coronavirus, tan mortífero, ha resultado un antídoto del bullicio y ha reinventado el silencio en Madrid.