Coronavirus: quedó varada 10 días en un hotel, y con pocos chequeos de salud

LA CARTA. Salimos de Buenos Aires el 24 de febrero. El COVID-19 todavía no era pandemia. Llegamos a la Argentina, más precisamente a Ezeiza, el lunes 23 de

marzo a las 20.40, tal como estaba previsto. Nuestro vuelo no fue reprogramado, cancelado ni con necesidad de que fuéramos repatriados. El itinerario fue Bangkok-Dubai, Dubai-Buenos Aires (con una escala técnica en Rio de Janeiro sin bajarnos del avión).

Cuando el vuelo aterrizó sentí emoción. Creo que fue la primera vez que el típico aplauso no me dió vergüenza, sino que al ritmo de las palmas se me cayeron algunas lágrimas. Los días previos al viaje nos tocó cruzarnos con muchos argentinos que no corrían con la misma suerte. Sus aerolíneas habían cancelado sus vuelos. Me sentía afortunada de poder “estar de vuelta en casa”, de tocar cielo y suelo argentinos. Esa linda sensación me duró apenas minutos. Al ratito me adelantaron que me tendría que ir a un hotel. Pero, yo sí, y Maky, mi pareja, no. ¿Por qué? Mi domicilio está en CABA (así también todo el resto del avión que no vivía en CABA se volvió a su casa). Ese instante marcó el comienzo de días posteriores que serían de desorganización, irracionalidad y desinformación.

Nos estaban llevando a cumplir la cuarentena obligatoria a un hotel, cuando ello no se correspondía con lo que establecía el Protocolo. Asintomática y sin venir de zona de riesgo”.

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Cuatro horas en Ezeiza atravesando diferentes controles (Salud, Migraciones, PSA, Aduana) sin una sola persona que me explique en función de qué norma/decreto/disposición nos estaban llevando a cumplir la cuarentena obligatoria a un hotel; cuando esto no se correspondía con lo que establecía el Protocolo. Asintomática y sin venir de zona de riesgo. Mis intentos de búsquedas de explicaciones terminaron por subirme a un micro junto a decenas de personas, en la misma situación que yo, yendo a un hotel “X” que nadie nos dijo cuál hasta llegar a la puerta: Ibis Obelisco. Una hora para esperar, entrar, tres micros llenos en idéntica situación. Más allá de nuestra búsqueda de respuestas, todos estábamos cansados, cada uno con su mochila a cuestas y con muchas horas. Vuelos, aeropuertos y emociones sobre las espaldas.

En el avión. Nayla y Maky en una escala técnica en Brasil, donde se llenó el vuelo, el 23 de marzo de 2020.

En un intento de check in improvisado, claro que quienes estaban al mando eran voluntarios del GCBA, nos asignaron una habitación al grito de “no quedan más tarjetas, y no pueden salir ni al pasillo”. Entro a la habitación. La 1017. Me doy cuenta que no tenía agua para tomar, tampoco Wifi. No importa, lo primero que quiero es bañarme. Lo hago, transmito tranquilidad a mis familiares y a eso de las 4 am consigo dormirme (No olvidemos el jet lag!). La ansiedad y las ganas de saber algo me hicieron despertarme a las 6.50. Y es a partir de este momento en adelante es que dejo de tener detalles tan precisos acerca de días y horarios.

Nadie me hizo el test del que hablan en la tele. Nunca nadie nos tomó la fiebre. Había chicas embarazadas, personas diabéticas a las que nadie vino a ver”.

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Es que, se pueden imaginar, adentro de esta habitación todo es igual. Es más, tengo la sensación de aún no estar en Buenos Aires. “Viviendo” adentro de un hotel, con todo mi equipaje al lado de la cama. Siento que no estoy, que no llegué. Pero obvio que no me siento en vacaciones. Ansiosa a que se cumpla con el procedimiento que nos dejaron escrito la primera noche cuando llegamos. Es decir, que venga un médico a vernos dos veces por día. Limpieza diaria. Íbamos por el tercer día, y lo primero nunca sucedió y lo segundo acababan de venir a pasar un trapo superficial porque había llamado por cuarta vez a quejarme.

Poca higiene. La habitación del hotel Ibis Obelisco, donde Nayla quedó varada 10 días por la pandemia del coronavirus, luego de su viaje a Tailandia, en Bangkok.

Había una descoordinación y desorganización total. No había elementos de aseo, alcohol, guantes. Gracias a Dios que existe Rappi, amigos y familiares que sí piensan en eso. Y con esto no quiero ir contra los voluntarios. Sino contra quienes están a cargo. Que no sabíamos quién era. Porque a pesar de la indefinida de veces que llamé para preguntar quién estaba a cargo, nunca te pudieron contestar. Un día te dicen una cosa. Al otro día, una distinta. Y así. Y ni te digo si prendés la tele y escuchás al jefe de Gobierno y al vicejefe decir que la idea no es retenernos los 14 días en los hoteles, sino que ante falta de síntomas a las 48 horas cumplir la cuarentena en cada domicilio. Dicen importarles que nosotros, potenciales portadores del virus, (tan potenciales como todo el resto del avión que no retuvieron, y lee esto desde sus casas en cualquier parte del país que no sea CABA) no contagiemos. No incumplamos la cuarentena. Pero nada les importa nuestras condiciones de limpieza, recaudos, chequeos o salud.

Nunca nadie me hizo el test, ese de que hablan en la tele. Nunca nadie nos tomó la fiebre. Había chicas embarazadas, personas diabéticas a las que nadie vino a ver.

Fue una medida descoordinada. No sé si acertada o no. Pero segurísimo mal materializada. Lo único que pedimos es saber cuáles son los pasos a seguir. Certeza, alguna aunque sea.

Nayla Cefaly

naylacefa@hotmail.com

EL COMENTARIO DEL EDITOR

Por César Dossi

El mientras tanto depende de cada uno

Nayla tiene 28 años, es abogada y ya está en su casa cumpliendo la cuarentena. Se fue de vacaciones con su novio, Maky, un emprendedor de 33 años. Pero nunca imaginó que a la vuelta, una enfermedad made in China le iba a restringir su llegada a la Argentina luego de su descanso en la paradisíaca Tailandia, en Bangkok.

Escribió esta carta con mucha bronca. Y es comprensible. Había llegado con su pareja el lunes 23 de marzo, a días de declarada la pandemia el miércoles 11, y quedó varada 10 días en un hotel del Centro cuando recién se estaban coordinando los esfuerzos para paliar el brote del coronavirus. Por eso su enojo, a modo de denuncia.

En ese momento los repatriados estaban en veremos, aunque su vuelo no fue reprogramado. Aún hoy quedan más por traer del exterior: alrededor de 10.000, entre ellos 170 médicos. La próxima semana llegarán 2.915 personas. Lo que cuenta la lectora es la historia de muchos en esa situación.

En el mientras tanto, frente al coronavirus,​ la responsabilidad de cuidarse y cuidar a los demás depende de cada uno. Ya sabemos cómo. Concientizar, ayuda. Y que la poca cantidad de fallecidos en el país no nos haga desconfiar y tomar medidas intempestivas ante las precauciones obligatorias. Eso es lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte. No hay otra forma de decirlo. No hay otra forma de hacerlo. Por ahora.

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