Guerra

Las dos facciones hegemónicas del independentismo catalán se han declarado una guerra sin cuartel para ver quien saca más provecho político y electoral de la gestión (?) de la pandemia del Covid-19

que padece Cataluña. Por un lado, JpC juega la carta del enfrentamiento con el Estado –de las mascarillas a los test pasando por la UME y el desconfinamiento– para mostrar a la parroquia nacionalista –también, al mundo que creen que les mira: ahí están las entrevistas y reuniones de Joaquim Torra con la prensa extranjera y el cuerpo consular acreditado en Barcelona– que si Cataluña fuera una república independiente bajo su mandato las cosas irían mucho mejor y la pandemia casi ni se habría notado por estos pagos. Oigan, mucho mejor que en Corea del Sur. Por otro lado, ERC –que tiene las consejerías, entre otras, de Economía, Salud y Trabajo– juega la carta de la buena gestión –eso dicen sin sonrojarse– de la pandemia en Cataluña. Por si fuera poco, ahí está Carles Puigdemont –el holograma desdibujado y descolorido al que ya casi nadie le ríe las gracias y desgracias– enredando de nuevo con su investidura por la vía telemática. Como era previsible, Oriol Junqueras intenta colorear la imagen moderada de ERC con una homilía en que asegura que el «Estado –español– no nos sirve» y «no es útil para los ciudadanos de Cataluña». Y Gabriel Rufián –así se marca perfil– sentencia que si Pedro Sánchez no devuelve las competencias a Cataluña, se acabó el pacto de investidura. Los unos y los otros –a ver quien luce más en la prensa del Régimen– faltan a la verdad. Sin la ayuda del Estado la cosa hubiera sido todavía peor. Y lo mejor que se puede decir de las consejerías que presumen de buena gestión es que la situación ha empezado a aliviarse cuando se han ausentado dejando paso al Estado y los municipios. En algo sí tiene razón la consejera de Salud, Alba Vergés: «No volveremos a la normalidad nunca más». Extraña virtud, la del independentismo catalán, que convierte en barro todo lo que toca.