Sabio entre los sabios, a Bernie Ecclestone le gustaba jactarse ante su auditorio de los pilares del deporte que dirigía. «Este negocio se sostiene en tres marcas: Fórmula 1, Gran Premio de
Mónaco y Ferrari. Todo lo demás es prescindible». Carlos Sainz va a prosperar a partir de 2021 en un universo que es mucho más que un equipo de Fórmula 1. Ferrari representa un espíritu colectivo y pasión de país, irracional y casi fanático que se defiende por encima de la lógica. Ninguna escudería ejerce un poder de seducción semejante ni ha sabido cautivar a tantos millones de seguidores por el mundo. Ferrari es Italia, como la vespa, la pizza, la mafia o el Giro. Una multinacional del lujo y la exclusividad que conserva los atributos que hace noventa años inspiraron a su fundador, Enzo Ferrari, «il Commendatore» de las gafas negras. «Nunca agaches la cabeza, mira siempre bien alto ganes o pierdas». Enzo Ferrari nació en Módena en 1898. Su obra permanece muy viva dos siglos después de que viniera al mundo este hijo de mecánico que pensó a lo grande. Maranello es el pueblo que alberga la sede de Ferrari, solo 25 kilómetros hacia el oeste de Módena por carreteras laberínticas entre viñedos de la campiña romañola, tráfico denso y pueblos de labor que se mezclan con coches de quitar el hipo. Italia pura. En este santuario de peregrinos del motor se instaló Ferrari en 1943. Hoy las tabernas de la localidad se llaman «pit lane», «warm up» o «cavallino», términos asociados a la F1 y a la escudería roja. Presente en todas las carreras de todas las ediciones de los campeonatos de Fórmula 1 desde 1950, Ferrari lidera casi todas las estadísticas históricas. Títulos de pilotos (15) y de constructores (16), victorias en carreras (238), poles (228), vueltas rápidas (254), puntos (8 257,5), podios (770) y cualquier otro cómputo que se quiera comprobar. Más allá de los números, Ferrari maneja unos ideales de familia a la italiana, en los que el triunfo del equipo está por encima del éxito del individuo, por muy estrella que sea. Los mejores pilotos, salvo Ayrton Senna, han conducido para el cavallino (Schumacher, Lauda, Ascari, Fangio, Alonso…). Ferrari es un planeta rojo. «No es una marca de coches con un programa de competición, Ferrari fabrica coches para financiar un equipo de Fórmula 1», analiza Pablo de Villota, exresponsable de patrocinio del Santander en la F1. Los vehículos más exclusivos del mundo, al servicio de una escudería que, a nivel planetario, es como el Real Madrid o el Barcelona en el fútbol. Nunca está permitida la derrota. Por más que la factoría del cavallino lleve trece años sin conquistar el Mundial de pilotos (Raikkonen, en 2007), Ferrari siempre está ahí, en la vanguardia. No navega con ciclos de éxitos o crisis, como Mercedes, McLaren o Williams. La facturación «Cuando usted compra un Ferrari, está pagando un motor, el resto se lo doy gratis». Enzo Ferrari dejó este epitafio para las generaciones venideras. Ferrari no solo vende coches, una tercera parte de su negocio. Un tercio de su facturación son las licencias, algo así como los derechos de autor. Son los parques temáticos en Abu Dabi o Port Aventura, los derechos de explotación de los circuitos de Mugello (Florencia) o Moint Tremblant (Canadá), los relojes, corbatas, camisas, y toda suerte de productos que se pueden encontrar en las tiendas franquicia repartidas por el mundo, las bicicletas, las gorras, las camisetas que se compran desde Nueva Zelanda o Noruega… El otro tercio es la ingeniería, la venta de motores o componentes a otras marcas, las carreras para clientes, los festivales de coches clásicos. Todo alimenta al monoplaza que conducirá Carlos Sainz en 2021. «Ferrari F1 es un equipo diseñado para gastar todo lo que tiene porque ellos lo fabrican todo. Es normal que se opongan a los límites de presupuesto», cuenta De Villota. En Ferrari trabajan dos españoles, el ingeniero madrileño Iñaki Rueda y el expiloto y embajador de la marca, Marc Gené, quien asegura: «Un piloto de Ferrari es como el Papa. Si ya ganas, trasciendes».
Fuente La Razon: