Las razones del éxito inesperado de Casi feliz, al serie de Sebastián Wainraich

Tranquilamente podría ser una película. Larga, buena, con una línea narrativa que no pierde intensidad, que tiene un relato sostenido por el efecto dominó de las escenas. Se mueve la primera,

cae la última. No sería “caer” el verbo, sería “coronar”. Casi feliz es una de las pocas cosas lindas del a cuarentena.

Y es, al mismo tiempo, una de las pocas series que levantan la cabeza en medio de la avalancha de ficciones que ofrece el streaming. Pergeñada y protagonizada por Sebastián Wainraich, además de buena es exitosa. Dos calificativos que no siempre se encuentran. En este caso, y a pesar del aislamiento físico obligatorio, van de la mano.

Estrenada el 1° de mayo en Netflix, durante la primera semana estuvo en lo más alto del ranking de las 10 producciones más vistas en la Argentina. Ahora está en el séptimo puesto del top ten de la plataforma digital, un muy buen lugar teniendo en cuenta que en estas tres semanas hubo estrenos fuertes. Y, como botón de muestra, le ganó en audiencia -según esa misma vara- a la segunda temporada de After Life, la joyita dramática, bañada en acidez y humor negro, del británico Ricky Gervais.

Pero, para que eso sucediera, hubo un porqué. Aquí, las razones por las cuales la serie argentina que llegaba para sumar terminó haciendo la diferencia. Especialmente, a favor del público.

Sebastián y Pilar, los personajes de Wainraich y Natalie Pérez, con una química estupenda.

(Nota al lector: intercalo ahora este párrafo para ser más precisa, porque una vez que terminé de escribir el texto encontré que, para mí, las razones que explican su éxito son diez. No es cualquier número).

1) La ficción vista por un comunicador social

Formado en el periodismo -entre otras formaciones que tuvo-, Wainraich tiene afilado el ojo que sabe mirar la realidad. Y, desde ahí, lleva material al terreno de la ficción, que ha pisado algunas veces. Como actor y guionista lo hizo, por ejemplo, en Una noche de amor, película que protagonizó junto a Carla Peterson en 2016.

Pero su cabeza no está formateada para, solamente, inventar historias. No es una cabeza viciada o contaminada por la búsqueda imperiosa del relato. Sus creaciones, y especialmente Casi feliz, huelen a un fresco de la vida real. Va mucho más allá del famoso verosímil del que siempre hablan los guionistas. Hay vida en sus escenas.

2) La química de la no pareja

Son ex, pero responden al prototipico de pareja de ficción.

Supo elegir, Wainraich, cuando planteó el nombre de Natalie Pérez, la que pegó el salto en Pequeña Victoria (la tira que el año pasado emitió Telefe y, si bien era un elenco coral, ella dio que hablar por su gran composición). En la historia, Pilar y Sebastián (sí, Sebastián se llama igual que Wainraich) se acaban de separar. Y, lejos de ser dos ex que se detestan, se quieren. Y se ríen juntos. Hacen muchas cosas juntos, un deleite para el espectador que puede ver a una pareja que ya no es pareja como pareja central de la historia. Y, cargando las tintas en esa palabra, es parejo también el nivel que manejan. Se potencian en esos diálogos de picardía de ella y de reflexión melancólica de él.

3) La yapa de las actuaciones especiales

Adriana Aizemberg interpreta a una idishe mame de manual. Goriosa.

Estructurada a lo largo de 10 episodios, la serie dirigida por Hernán Guerschuny (el mismo que lo dirigió en Una noche de amor) tiene un elenco estable con nombres y trayectorias que garantizan solvencia. Hugo Arana, Adriana Aizemberg -en la piel de un deliciosa idishe mame-, Peto Menahem y Santiago Korovsky. Pero, además, en cada episodio aparecen personajes vinculados a la vida de Sebastián y, de paso, permiten disfrutar de actuaciones como las de Julieta Díaz, Carla Peterson, Juan Minujín y siguen las firmas.

4) El retrato de un looser no tan perdedor

Los dilemas de Sebastián se desparraman a lo largo de los 10 episodios. Tiene tantos, que amerita una segunda temporada.

El Sebastián de ficción no se le parece tanto al Sebastián de verdad, aunque esta producción coquetee con el tono autobiográfico. Este Sebastián, tan conductor de radio e hincha de Atlanta como el otro, tiene muy transitado el bajo perfil y le cuesta subir un poco la autoestima. Pero la gracia radica en que Wainraich se dibujó un personaje que le sale lindo, el del melancólico adorable del medio tono, pero también con un par de cartas que sabe jugar para ganar la partida que sea. La del amor, la del trabajo, la de la autoestima especialmente.

5) La cámara puesta en los sentimientos

Quizás no pase a la historia como “la ficción argentina”, pero seguramente no quedará en el recuerdo de quien la haya visto como una ficción más. La cámara de Guerschuny no va a los lugares típicos de la comedia, invita a recorrer los estados de ánimo de los personajes. ¿Se puede acaso filmar o grabar un estado? No, pero se lo puede generar desde los sentidos. Y Casi feliz se siente. A veces con más o menos humor, a veces con más o menos ritmo, pero la estética de la serie permite ver más allá de la imagen.

6) Los guiños

Para los oyentes de Metro y medio, el ciclo que Wainraich conduce por Metro 95.1, Casi feliz les podrá resultar familiar, porque está ese modo tan suyo para hablar tan seriamente de lo gracioso como para meterle humor a determinadas situaciones dramáticas sin poder eso salirse de eje. Hay un modo Wainraich en sus entrevistas, en su estilo de interlocutor, que le llega al protagonista. Esa militancia, juegue donde juegue Atlanta, esa incapacidad para encandilarse con las luces del centro, esa empatía que forjó con los años se desgranan en escenas que acortan la distancia con el espectador. Es casi como estar viendo la serie del vecino.

7) El humor que se deja encontrar

Entre las mejores cosas que tiene esta producción de Netflix es que no persigue la carcajada. No plantea el diálogo o el gesto en busca del efecto. La humorada anda por ahí, con la sutileza, con el doble sentido, con la chicana de algún personaje. Hay un estilo Ricky Gervais en la trama, aunque a más de uno esta comparación les resulte descabellada, como le resulta al propio Wainraich, según le reconoció a Clarín.

8) Lo cotidiano como espejo

En cuarentena, el Sebastián de la realidad montó un estudio de radio en su casa, desde donde sale todas las tardes, por Metro.

No podría definirse como una gran historia. Sí como un recorte de la vida de una persona que podría ser cualquiera de nosotros. En la carencia de estridencia está la magia de este cuento de un hombre que siente que la felicidad se le escurre de las manos. Podría ser la representación de una sesión de terapia. Unos días en las vida de alguien que se separó, que siente frustración, que quiere reinventarse, que se prueba para ver si hay cuerda para la reconquista, que no pretende más que supervivencia. Y eso que el personaje no conocía lo que era vivir en cuarentena.

9) La melancolía sin sobredosis

El rostro de Wainraich, un mundo de sensaciones.

Hay un tono sepia dando vueltas permanentemente alrededor del personaje, tal vez contagiado del autor. Y la melancolía como recurso debe ser uno de los más usados por los guionistas, sólo que tiene cornisa sorpresiva: un paso más y se cae en la añoranza pegajosa, lastimosa. Casi felizhace delicado equilibrio en ese borde, sin quitar jamás los pies del aquí y ahora.

10) El dueño pelota que sabe a qué quiere jugar

Se define como un 5, un 5 bueno, con dominio y con habilidad, un mediocampista que juega y reparte juego. Porque los personajes que pensó para Adrián Suar, Julieta Díaz o Dalia Gutmann -su esposa en la vida, un personaje pintoresco y seductor en la ficción- sólo hablan de su capacidad de entender el juego colectivo. Pensó la idea, le dio forma con su amigo Guerschuny y se animó a sacarle punta. Pero no hizo la gran “yo mi me conmigo”. Armó equipo. No en vano sigue compitiendo en el top ten de las grandes ligas.

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