La Organización Mundial de la Salud no para de meter la pata, pero nunca tanto como esta vez en que un día salieron a decir una cosa y al día siguiente
la contraria. Es cierto que en la pandemia de coronavirus hay muchas más dudas que certezas, pero hasta lo que ocurrió hoy todavía no se había llegado.
¿Dónde queda la credibilidad de la OMS en momentos en que su credibilidad se necesita más que nunca? Ayer, la doctora Maria Van Kerkhove, directora de la unidad de zoonosis y enfermedades emergentes del organismo internacional, había dicho que era muy poco probable que los asintomáticos contagien.
La noticia se gritó como un gol en diferentes esferas, pero sobre todo en la sociedad civil, que vive con temor a estar en contacto con gente que supuestamente no está contagiada pero que puede tener el virus sin manifestar ninguno de los síntomas que lo describen. Sin embargo, el referí anuló la jugada.
Ya casi que nos estábamos por empezar a abrazar con aquellos que tenían tos ni fiebre cuando la misma doctora Van Kerkhove informó todo lo contrario, y aclaró que sus dichos se habían basado sólo en dos o tres estudios y que en realidad todo había sido un malentendido.
Pequeño malentendido. Un malentendido en el que puede estar en juego la vida de miles, sino de millones de personas. “Estaba respondiendo a una pregunta, no estaba declarando una política de la OMS o algo así”, se auto corrigió la experta cuando en todo el mundo ya había trascendido la noticia a través de los portales y cadenas de TV. Sólo que no era cierto.
Nos habían dicho que había que tener cuidado con la infodemia -las falsas noticias sobre coronavirus que suelen circular en las redes sociales-, pero en este caso la infodemia la provoca la propia OMS. Y no es la primera vez. Sucedió también hace pocos días con el affaire de la hidroxicloroquina: un artículo de la revista The Lancet que defenestraba esta droga fue argumento suficiente para que el organismo frenara su ensayo Solidarity, del que la Argentina estaba siendo parte en diez hospitales del país.
Sin embargo, dicho artículo fue repudiado por buena parte del planeta científico, que le criticó su falta de rigor. Automáticamente, la OMS avisó que en 24 horas daría su veredicto sobre cómo habría que seguir moviéndose con la hidroxicloroquina. Fueron 48 horas, y todo volvió a fojas cero: vía libre para la droga que, según un excéntrico experto francés, está salvando vidas y sería un crimen no usarla. Vuelta al ensayo mundial, incluida la Argentina.
Hay más antecedentes: el barbijo fue un elemento ninguneado por la OMS hasta el cansancio, incluso cuando en algunos países se contaban experiencias satisfactorias y reducción de contagios a partir de un simple tapabocas. El argumento de que estos accesorios empezarían a escasear para el personal de la salud fue más fuerte y no hubo caso: “barbijos no”, fue la consigna.
Incluso hubo varios expertos argentinos cercanos al presidente de la Nación que se sumaron a la postura de la OMS para asegurar que los barbijos no ayudaban a mitigar los contagios. Siempre el fantasma de que los médicos y enfermeros se quedaran sin barbijos persistía como telón de fondo. Hasta que de repente algo cambió.
De aquel momento a éste, el de hace apenas dos días, tenemos a la OMS recomendando tres tipos de tela para barbijos. Al parecer, el efecto de usarlos no es tan neutros en el combate de la pandemia como se solía decir. Y queda flotando una pregunta: ¿qué hubiera pasado en países como Italia o España si de entrada hubieran tenido claro que había que usar barbijo? Hoy en Buenos Aires es difícil encontrar a alguien que no lo lleve.
Tampoco es cuestión de entrar en la de Donald Trump que le retira el apoyo financiero, algo de lo que la OMS por otra parte no se dio por enterada. El conflicto entre Estados Unidos con China no tiene nada que ver con la salud, ni con la pandemia. O por lo menos no debería tenerlo.
Lo que está claro, sin embargo, es que la Organización Mundial de la Salud debería parar esta pelota que como la de rugby no se sabe cómo pica, y preguntarse qué está haciendo. Cuál será el próximo pase y a quién. Dar argumentos para la crítica a los enemigos de la salud pública es el peor escenario posible en vistas de una pandemia que todavía no deja ver su fecha de vencimiento.
PS
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