En el Colegio Virgen de los Remedios, en Colmenar Viejo, no hay balones rebotando contra el suelo de cemento del patio, las canastas no puntúan tiros libres en los recreos desde hace
tres meses y la rayuela que hay dibujada en uno de los laterales no soporta los saltos de los más pequeños. Las líneas donde los alumnos de Infantil y Primaria hacían fila antes de entrar en clase están señalizadas ahora con conos que marcan la distancia de seguridad de dos metros, para que cada uno sepa dónde debe colocarse, y los pasillos se han convertido en un laberinto de caminos de subida y bajada para que los niños se mezclen lo menos posible. «El coronavirus ha sido un reto a todos los niveles», explica la directora, Susana Herradas: «Como docentes nos ha enriquecido. Y los alumnos han aprendido a ser responsables de su propio aprendizaje, a desarrollar la creatividad. Han aprendido a aprender». El centro abrió sus puertas, de nuevo, el lunes para dar clases de refuerzo a los alumnos más desaventajados en esta temporada de colegio online, aunque más del 90% de los 440 han seguido a rajatabla los contenidos por internet. Los 33 profesores, por cursos y cita previa, realizan tutorías individualizadas con los alumnos de hasta 12 años que han tenido problemas para conectarse y seguir esta nueva rutina escolar causada por el patógeno. «Tenemos un alumnado heterogéneo y no sabíamos la facilidad de conexión que tendrían para acceder a los contenidos», continúa Susana, que agradece el buen hacer de todos ellos y la disposición de las familias para acompañarlos en esta etapa. «Todo lo que han hecho les va a sumar en su aprendizaje, nunca a penalizar. Las tareas han sido mucho más abiertas y flexibles», afirma la directora. El colegio ha sido desinfectado con ozono y, además, cada instalación se limpia cada día con lejía. En cada una de las aulas hay gel y disponibilidad de guantes y mascarillas, aunque ya todos saben que deben portarlas. Gonzalo (nombre ficticio para no estigmatizarlo), de tercero de Primaria, llegó ayer al colegio arrastrando por el patio la que hasta marzo era su inseparable mochila de ruedas. «¡Cuánto has crecido!», dicen sus profesoras, Carolina y Charo, que lo aguardan dentro del recinto. Para ellas también fue su primer día: «¿Te acuerdas de dónde se hacía la fila?», le preguntan, entre risas, para romper la timidez del pequeño, que contesta con un sí rotundo, como si el tiempo no hubiese pasado. Decidido, camina entre los pasillos –los corchos de las paredes están vacíos, desangelados, desde que sacaron los dibujos y trabajos de los estudiantes como medida de prevención– hasta su aula, donde los pupitres están separados, con las sillas en alto, y solo tres mesas preparadas: la de Gonzalo y sus dos profesoras, cada una con un ordenador. «Echaba de menos venir al colegio», dice él, fan de las matemáticas y no tanto del inglés. En ese momento empieza la inusual clase, una especie de sesión de seguimiento para escuchar al alumno, que se lleva algunas tareas. Cada tutoría está enfocada a las necesidades del estudiante, tanto en los contenidos como en el tiempo de duración. Acompañamiento Carolina Hermoso y Charo Miguel, las dos profesoras que acompañan a Gonzalo, cuentan que esta temporada ha sido como una carrera contra reloj para «adaptar el trabajo sobre la marcha». Su función, además de enseñar, ha sido la de estar –casi las 24 horas disponibles– con los alumnos en esta especie de trance. También han intentado mantener la sensación de grupo, aunque echan de menos «el desarrollo social de lo que significa la escuela». «No imaginábamos que iba a pasar tanto tiempo. Pensábamos que esto duraría dos semanas y que a finales de marzo estaríamos otra vez por aquí. Y ya ves…», afirma Carolina, responsable de los contenidos en inglés. «El último día fue difícil y estresante. Pensábamos que no podía ser. Los niños estaban tensos y con cierto miedo. Ahora estamos muy orgullosas de cómo han trabajado y cómo han respondido las familias», dice, por su parte, Charo, que se encarga de las asignaturas en español. Susana tiene un deseo para septiembre, que dice con voz baja para evitar gafarlo: «Es muy duro ver el centro vacío. Ojalá después del verano haya normalidad real, el patio esté lleno de niños y los pasillos, de maestros esperándolos».
FUENTE DIARIO ABC: