Daniel López Rosetti: el médico que era “Jaimito” en la escuela y hoy sabe que divulgar la pandemia no es chiste

Era de gustos llamativos cuando era pibe. Le encantaba la física, la química y la biología, de las que todos sus compañeros huían despavoridos. También le gustaba mucho remar y era un loco

de los aviones. Era muy seguidor de publicaciones de salud y de programas científicos, que leía y miraba por su propio interés. Era un mandado. Estudiaba, investigaba y experimentaba a veces más de la cuenta. Una vez, tendría unos quince años, en la terraza de su casa familiar en Villa Ballester instaló un laboratorio precario. Había conseguido potasio, azufre y carbono… para ¡fabricar pólvora!

Le fascinaba hacer combinaciones, inventar fórmulas, pero algo salió mal y una explosión puso en vilo al barrio. A los pocos minutos, tenia a medio vecindario golpeando la puerta de su casa. El muchacho no se amedrentó: días después volvió a incursionar en su “laboratorio”, a escondidas y otro estruendo movilizó a la cuadra. “Disculpen, Dani es así, un poco travieso“, se excusaba Lena, su mamá.

“Un petardo, un culo inquieto, pero estaba un paso adelante de todos, él quería saber, aprender, siempre fue el más curioso, el innovador del grupo de compinches, el creativo y eso lo hacía líder sin pretender serlo”, grafica Horacio Calabrese, el mejor amigo del doctor hoy más conocido y prestigioso de los medios, Daniel López Rosetti, dueño de una claridad de conceptos complejos que lleva al llano y los convierte en simples y didácticos.

Danielito, a los 7 años, en un verano en el campo. Ya por entonces andaba de aquí para allá, haciendo todo tipo de travesuras.

Jefe del servicio de Medicina del Estrés en el Hospital Central de San Isidro, a los 62 años, es además director del Curso Universitario de Medicina del Estrés, Jefe de la Cátedra de Psicofisiología en Universidad Maimónides. Es columnista en Telefé, Radio Mitre y una voz siempre buscada en cuestiones ligadas a la salud. Aparte es un reconocido y taquillero autor con libros como “Historia Clínica”, “Emoción y Sentimientos”, “Ellas” y “Equilibrio”. Muy activo en las redes sociales, tiene 3.5 millones de seguidores entre Facebook e Instagram,

Le apasiona escribir, dice que se transporta, que esa tarea lo impulsa a reflexionar y se relaja, como si fuera un paciente de su propia terapia antiestrés. Y como bicho raro que es escribe con lapicera de pluma con tinta que recarga a través de una jeringa. Dice que también recurre a la computadora, pero la pluma y el cuaderno producen un cóctel inspirador con el que dignifica el arte de la escritura.

Junto a su mamá, volviendo de la escuela José Hernández, de Villa Ballester, donde cursó el jardin de infantes, la primaria y la secundaria.

Liero, atorrantón, ya desde nene le encantaba desafiar y tirar de la cuerda, hasta el filo. A los 6 o 7 años, los fines de semana se escapaba de la casa con la barrita del barrio y se iba a la estación Villa Ballester a tomarse el tren hasta Retiro. Callejeaba desde la mañana hasta la tardecita, incansable por donde se lo mire. “Yo lo seguía a Daniel, pero me pongo a pensar y estábamos locos. Es cierto, era otra época, hoy sería inimaginable hacer las locuras que hacíamos solitos y a esa edad”, recuerda Horacio, el amigo de la vida del doctor.

Se conocieron antes del jardín de infantes. Sus madres vivían a menos de cien metros y ya hacían buenas migas cuando estaban embarazadas. Daniel nació en diciembre de 1957 y Horacio, un mes después. Y la sintonía entre ellos ya empezó a tomar forma con juegos y encuentros desde los dos años. Luego, como era de esperar, compartieron el jardín, la primaria y la secundaria en la escuela José Hernández.

En tercero o cuarto año del secundario, López Rosetti llegó a 24 amonestaciones y estuvo “ahí” de que lo echaran. “Le gustaba joder, a la profe de Dibujo la volvió loca y ella, que no quería saber nada con él, lo terminó mandando a diciembre. Nunca se llevó materias, sólo esa vez. Era estudioso, pero “ir más allá, pasarse de la raya” era muy tentador para él. “Se prendía en todas, como buen quilombero que era… Las veces que nos rateábamos… incontables“. No obstante, era el único en la división que desde pibito tenía claro lo que quería: ser médico. Y nunca nada lo desvió de su objetivo.

Un viaje familiar inolvidable. Junto a su papá, mamá y su hermana, que falleció el año pasado.

Hijo de Lena, ama de casa, y de Logio, comerciante que vendía artículos para el hogar, siempre tuvo muy buena relación con ellos, aunque más apegado con su mamá; con su viejo había una distancia producto de la época. Don Logio era de suma corrección, disciplinado y algo parco. Corría el año 1999 y el doc decidió destinar sus pocos ahorros y regalarles un viaje a Europa, adonde nunca habían ido. Un jueves lo llamó Logio desde un teléfono público en Sevilla y le dijo: “Gracias hijo por toda tu generosidad”. Para López Rosetti ese agradecimiento era de sumo valor…, el viejo era de pocas palabras.

El viernes, al día siguiente del llamado, Logio murió súbitamente en el hotel. Daniel viajó el fin de semana a España para estar con su madre y repatriar el cuerpo. No lo podía creer el por entonces médico clínico y cardiólogo. “Encima, tenía otra grata sorpresa para sus viejos -sopla el amigo Horacio-: le había hecho pintar toda la casa, así cuando regresaban de Europa la encontrarían una pinturita”. Un dato no menor: a Logio no le hicieron reanimación cardiopulmonar, lo que quizás podría haberlo salvado.

Meses ​después de semejante cachetazo, estando de vacaciones en la costa argentina, López Rosetti empezó a sentirse mal. Se auscultó y como médico no le gustó nada lo que sentía. Se fue de La Lucila del Mar a Mar de Ajó, donde lo atendieron y le hicieron una placa de tórax: tenía un derrame pleural. Chau vacaciones. De regreso a Buenos Aires se hizo punzar por un cirujano amigo. La biopsia fue más leve de lo maquinado, padecía tuberculosis pleural. Con el tiempo entendió que fue producto del estresazo que le ocasionó la muerte de su padre y todo lo que la rodeó.

Sin saco ni corbata. López Rosetti y su mejor amigo, Horacio Calabrese, en un viaje a China en 1997. Aquí navegando por el Rio Lijiang, en Guilin.

Pero fiel a su naturaleza de “culo inquieto”, como ilustró su amigo del alma, decidió zambullirse de lleno en el mundo del estrés para especializarse e intentar ayudar desde la medicina. Y fundó la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés (SAMES) en 2000, donde se dictan cursos universitarios de psiconeuroinmunoendocrinología.

Pasaron los años, Daniel fue creciendo como profesional y ya era el doctor López Rosetti de los medios cuando impulsó a luchar por un proyecto de Ley de RCP que el Congreso de la Nación promulgó en noviembre de 2012 bajo la Ley 26.835. Incluye el aprendizaje de técnicas de Reanimación Cardiopulmonar en los colegios secundarios. Ocho meses antes, la ley era un bosquejo que él mismo dejaba en mesa de entradas del Congreso.

Tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, Daniel siguió las sesiones desde uno de los balcones. “Al menos sirvió de algo la muerte de mi papá”, murmuró alguna vez. El día de la promulgación de la ley él brindó la noticia en el informativo de Telefé: “Papi, cumplí con lo que te había dicho”. Y se quebró al aire.

Profesor y alumno. “Me esforzaba para conducirlos en la vida”, cuenta Jorge Bulgarellis. Según López Rosetti, fue el docente que más lo marcó. Foto: Marcelo Genlote

Amigos y compañeros de trabajo de López Rosetti coinciden en su pasión por el trabajo, por la medicina, el amor incondicional hacia el hospital público y su necesidad de comunicar para que el mensaje llegue a todos, a todos. En Facebook cada dos o tres semanas postea una receta firmada y sellada con su número de matrícula 62.540.

“Siempre, y ahora particularmente, la música hace bien. ¡Aumente la dosis!, recetaba el 29 de mayo. O “Este momento difícil es una buena oportunidad para fortalecer nuestras relaciones emocionales. No se pierda esta oportunidad”, recomendaba el 12 de junio.

No es habitué en prescribir medicamentos para sacarse el problema de encima. Más bien lo contrario, insiste en que los remedios más eficaces no se consiguen en farmacias; por eso López Rosetti sugiere comprar verduras, insiste en que es importante saber decir que no y enfatiza evitar la sobreexigencia del entorno. Su lista “para curarse” incluye comer pizza con amigos una vez por semana, aunque se tenga colesterol alto, y nunca cambiar un kilo de peso por un gramo de felicidad.

Aqui el “doc” busca tocar la fibra de la gente sugiriendo escuchar música con una de sus habituales recetas que sube a las redes sociales.

“Dani es médico las 24 horas, es un tipo fuera de serie, que no te abandona jamás porque él es detallista, puntilloso, obsesivo en todo lo que hace. Podés consultarlo a la hora que sea, que va a estar siempre disponible. Además de ser un profesional de la hostia, es un gran amigo”, describe el periodista y compañero de noticiero Rodolfo Barili. “Mi salud está en sus manos y una vez literalmente lo estuvo como nunca y me salvó la vida. Todo lo que te pueda decir de él es poco”, subraya visiblemente emocionado.

“Tiene un don como poquísimos médicos tienen en los medios, que es saber comunicar con claridad. Puede transformarte en sencillísimo lo más difícil de explicar. Una virtud natural que tiene que ver con su naturaleza de comunicador y también de docente”, agrega Barili, que ahora se ríe cuando intenta emular una onomatopeya “que podría ser la bocina característica de un Ford T de esos viejos. La hace de manera genial, prrrrrrr -ensaya- cada vez que termina alguna columna en el noticiero, como si fuera un desahogo“.

Lopez Rosetti, entre Rolo Villar y María Isabel Sánchez, en la entrega de los Martín Fierro, para los que estaba nominado el programa “Encendidos en el aire”, donde es columnista.

Para María Isabel Sánchez, conductora radial, “el doc es tan estricto y serio en su aspecto profesional como divertido y relajado en la vida diaria. Es un disfrutador de la vida, le gusta también pasarla bien, viajar, comer, beber. Es un sabio y creo que ha desarrollado el sentido común como nadie”, dice la también locutora de Mitre, que hizo debutar a López Rosetti en los medios hace más de quince años, en el ciclo “Vivir para contar”.

Señala Sánchez que “no cualquiera puede explicar la medicina como lo hace él, sin asustar, sin sensacionalismo, de una forma que pueda entenderlo desde el que no sabe nada de nada, hasta disfrutarlo -porque es interesante y profundo- los que sí saben de la materia”. Para la conductora, López Rosetti “conserva su niño interior intacto, sabe divertirse con las pequeñas cosas y es quien más le festeja los chistes al humorista Rolo Villar. Lo he visto tirarse en el piso, muerto de risa, como si fuera un nene”.

“No cualquiera puede explicar la medicina como lo hacé él”. Paradójicamente López Rosetti hablaba en difícil, quizás por la soberbia de la juventud y la cercanía de la graduación. Corría el año 1977, estudiando Fisiología, el todavía estudiante que estaba por empezar la ayudantía, le respondió una pregunta sobre dicha materia a su mamá Lena. “¿Entendiste, má?”. La respuesta fue lapidaria y aleccionadora: “Dani, si hablás así de difícil, nunca vas a curar a nadie“. La frase lo sacudió y hoy el doc es lo primero que les dice a sus alumnos: “Simplifiquen, hablen fácil, gánense al paciente”.

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“La soberbia siempre es mala, pero imperdonable en medicina”, es una frase que acuña López Rosetti, que a los 22 años, sin haberse recibido aún, ya había escrito su primer libro, “Regulación de la presión arterial”, editado por Eudeba. “El médico debe saber que enfrenta a tres gigantes: el dolor, la enfermedad y la muerte. No hay lugar para la soberbia”, les inculca a sus estudiantes de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés, que él mismo fundó.

Muy popular en las redes sociales, López Rosetti recibe infinidad de mensajes ponderando su dedicación, entrega y espíritu docente: “Gracias doc… Pertenece a esa camada de profesionales de antes, que eran muy humanos”. “Le deseo larga vida para acompañarnos… Tiene una mirada serena, que nos da paz y le da paz al enfermo“. “Gracias por compartir cosas que por ahí no tenemos ni idea. Escucharlo hace bien… y siempre tiene la palabra justa y necesaria“. “Me conmueve su sensibilidad que transmite a través de su mirada”. “Doctor, usted me enseña, me tranquiliza,me convence que todo va a estar bien y eso no tiene precio“.

López Rosetti, junto a la doctora Susana Guidi Rojo, director del Hospital Central de San Isidro, que fue distinguido por la UNESCO por su sistema de excelencia.

Formado como médico cardiólogo, López Rosetti integra el Comité de Crisis que el hospital de San Isidro formó de cara a la pandemia por Covid19, en marzo pasado. “Tenerlo aquí con nosotros es lo mejor que nos podía pasar. Es un médico de excelencia y es un docente de alma. Aquí maneja -desde hace 8 años- el servicio de medicina del estrés y hasta la pandemia atendía a unos 17.000 pacientes por año. Es una de las primeras personas que estudió seriamente el estrés y sus consecuencias en la Argentina”, afirma Susana Guidi Rojo, directora del Hospital Central de San Isidro,

Guidi Rojo es, en los papeles, la jefa de López Rosetti, “pero yo no me considero para nada en ese rol y menos con él, que es un profesional con todas las letras, que la fama ni la popularidad distraen y llega cada mañana a la ocho. No le interesa ser conocido, no es nada presumido, tampoco le va la plata; él quiere ser el mejor para poder combatir el estrés.  Daniel jerarquiza la institución y es el médico que brinda el mejor servicio. Gracias a su labor, nuestro hospital -en noviembre de 2018- fue distinguido por la UNESCO por su sistema de excelencia”.

Médico, escritor y comunicador de una hiperactividad sorprendente pero transmisor de una serenidad envidiable. “¿Viste?, nunca parece estar apurado, sofocado ni estresado. No sé cómo hace, con todo lo que se mueve, ni se despeina”, dice su amigo Calabrese. “Encima de todo lo que hace, el tipo es piloto de avión comercial. Hizo el curso, las horas de vuelo, viste que no es de un día para el otro, lleva tiempo… Una vez volamos, fuimos a la Isla Maciel, fue espectacular la experiencia”.

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El 17 de septiembre de 2019 fue distinguido como Personalidad Destacada de las Ciencias Médicas. “Trato de desarrollar la pasión por lo que hago y hago lo que siento. Esto es una caricia exagerada”, dijo cuando recibió el diploma de manos de Horacio Rodríguez Larreta y del legislador Guillermo González Heredia (Vamos Juntos), autor de la iniciativa parlamentaria. “Las personas que tienen alguna cualidad la tienen que repartir con los demás; es lo que hacemos en el hospital”.

Hay países que, en la pandemia de coronavirus, dentro de sus comités de expertos cuentan con psicológos, economistas, sociólogos, deportólogos, especialistas en estrés, entre otros. La mesa chica que rodea a Alberto Fernández, mayormente, está compuesta de infectólogos y epidemiólogos. Un López Rosetti podría ser de utilidad, por su especialidad y sentido común, pero hoy él preferiría no estar o, en todo caso, ser parte de una mesa “conformada por un compendio de saberes”, porque lo epidemiológico es importante pero no lo único a manejar. Por lo pronto, busca informar, divulgar con seriedad y llevar tranquilidad a la gente sobre la pandemia desde su lugar en la tele.

Lopez Rosetti durante un viaje a Katmandú, Nepal).

Casado hace más de treinta años, tiene hijos que han seguido sus pasos en la medicina. Muy celoso de su intimidad, prefiere no contar mucho más sobre su entorno familiar y se respeta su privacidad. Sin embargo, “permite que se sepa” que su primer nombre es Eduardo. Antes de que naciera, Daniel tuvo un hermano que se llamaba Edgardo y murió por un episodio de invaginación intestinal al poco tiempo de nacer.

Nunca la familia lo pudo llamar por su primer nombre. Evidentemente pesaría el recuerdo por el fallecido Edgardo. Ni siquiera el propio doctor tomó conciencia de que su primer nombre es Eduardo: el día que se recibió, en el Hospital de Clínicas, llamó por teléfono a su mamá: “Vieja, tenés un hijo médico”. Lena, emocionada y feliz, pero con un nudo en la garganta, le confesó que su hermano Edgardo había muerto por mala praxis y que, sin decírselo nunca, siempre había soñado con tener un hijo médico.

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