La «nueva normalidad» quedó consagrada ayer en el Congreso con una novedad relevante y barruntada en los últimos días -el voto favorable del PP y su viraje respecto a las últimas votaciones
contra el estado de alarma-, y con la reafirmación de esa extraña entente conformada por PSOE, Podemos, Ciudadanos y PNV, que ninguno de los cuatro partidos ha sido capaz de explicar de momento. Al menos con coherencia argumental. Pedro Sánchez se aleja por tanto de ERC o EH Bildu, que hasta ahora le habían permitido salvar votaciones muy comprometidas. Con todo, la «nueva normalidad» no va a ser solo la aritmética variable que Sánchez deba ensayar ahora en cualquier votación dudosa; ni va a ser tampoco la puesta a prueba del presidente en continuos exámenes de supervivencia política extrema, sobre todo para la aprobación de los Presupuestos. Ni siquiera va a ser convencer al electorado de la izquierda de que Sánchez y Pablo Iglesias quedarán forzados a practicar una política de austeridad y recortes «derechizados». Y por supuesto, la «nueva normalidad» tampoco va a ser un sumiso y sistemático «sí» del PP al Ejecutivo de coalición. Lo más relevante de la «nueva normalidad» será asistir el ejercicio de travestismo de Iglesias sin siquiera amagar con su renuncia a la vicepresidencia segunda, y comprobar su inagotable capacidad para hocicar con un sinfín de imposiciones incompatibles con su supuesto ideario. De momento, y tras dos meses en los que Iglesias se ha ufanado de manejar a Sánchez, de ningunear a ministros «pata negra» del presidente, de ridiculizarlos públicamente, y de controlar la agenda de cada decreto, Podemos ha empezado a acumular derrotas tan simbólicas como dañinas. Ni siquiera ha sido capaz de rentabilizar la aprobación del ingreso mínimo vital, ampliamente respaldado en el Congreso, y configurado más como el éxito de un esfuerzo colectivo que como un descubrimiento legislativo de Iglesias para proteger su populismo clientelar. Iglesias no va a imponer su demagógico «impuesto para ricos»; no va a derogar junto a Bildu la reforma laboral; ha fracasado en su propósito de utilizar a Felipe González contra los consensos constitucionales; no podrá exhibirse en ninguna comisión de investigación sobre las actividades del Rey emérito como coartada para una maniobra contra la Corona; ha asumido con una cínica naturalidad los acuerdos de Sánchez con Ciudadanos; y permanece callado ante los acercamientos de su propio Gobierno a Bildu, notablemente perjudiciales para los intereses de Podemos en las elecciones vascas. Tampoco quería a Nadia Calviño al frente del Eurogrupo… y ahí está su firme candidatura. La «nueva normalidad» va a poner a prueba las tragaderas de Iglesias, la escasa resistencia que le pueda quedar al aburguesamiento político, y la imposibilidad de retornar a una sobreactuación antisistema que no sea puramente cosmética. Iglesias asiente y calla con el refuerzo del bipartidismo. Ya está «normalizado». Es el precio de seguir portando carteras ministeriales.
FUENTE DIARIO ABC: