Las malas ideas están de moda. Reducir la compleja identidad de las personas a una única pertenencia lo es. Tachar de fascismo o comunismo todo aquello que a uno no le gusta,
también. Son malas ideas que hoy recorren Occidente, gobiernan en España y, en general, socavan los pilares de nuestras democracias. No tratan de construir una dictadura a la antigua usanza. La cuestión es más posmoderna, más sutil. Es convertir al vecino en enemigo y generar una espiral del silencio que engulla al discrepante. En nuestro caso, al dinamitar los consensos de la Transición, la alianza entre nacionalismos e izquierdas identitarias convierte España en una gran Cataluña. No en aquella Cataluña europea, vanguardista e industrial que a todos admiraba, sino en la Cataluña del procés. La de una elite política que subvenciona la confrontación social para construirse un poder político a medida, sin controles, ni contrapoderes. En este sentido, Lorenzo Bernaldo de Quirós ha escrito un libro importante y necesario en estos tiempos de ansiedad, En defensa del pluralismo liberal. El autor describe este proyecto como «la disolución del individuo en colectivos soportados desde el gobierno o desde la oposición y enfrentados en una guerra hobbesiana en la que el ganador impondrá su concepción de la vida buena a los perdedores». La sociedad abierta es sustituida por una diversidad de colectivos o tribus y se «desencadena un clima de guerra civil fría en el que es imposible o resulta de una extraordinaria complejidad preservar la libertad y la convivencia». La tentación ante la radicalización de esta izquierda identitaria es el desahogo fácil, es desenchufar la razón y dejarse arrastrar por un radicalismo simétrico, es lo que se ha denominado la derecha iliberal. Unos y otros hacen de la política una religión falsa, pero atractiva, ya que permite comportarse como un adolescente sin responsabilidad. Una atracción fatal. La culpa siempre es del otro. En este tipo de confrontaciones hay pocos ganadores y una gran perdedora, la libertad. Pero hay esperanza. Bernaldo de Quirós nos recuerda que hubo un conservadurismo, el fusionista, que defendía una sociedad similar a la del liberalismo clásico, a saber, poder limitado del Estado, economía libre y protección de los derechos de los individuos y de las asociaciones. Ese fue el liberal conservadurismo que no se resignaba, que miraba al futuro con optimismo, con ambición reformista e integradora. Aquellas ideas surgieron en tiempos también complicados y gobernaron el mundo anglosajón. Fue en otros lares, y en otro siglo, pero quizá sería buena idea mirarse en aquel espejo y reconstruir alianzas por la libertad.
FUENTE DIARIO ABC: