Tres adioses a una artista

Adriana Fiterman murió el pasado 28 de julio a los 58 años. Había desarrollado su trayectoria como pintora y dibujante desde su adolescencia. Se formó primero en el taller del maestro

Ideal Sánchez y luego con Carlos Gorriarena. Como arquitecta, su trabajo estuvo siempre vinculado a los espacios de arte y desde fines de los 90 hasta el año pasado estuvo a cargo de la organización espacial de la arteBA, la feria que fundó su padre en 1991.

Manuela López Anaya – Florencia Qualina:

Fugitiva de las modas  

Un bello pasaje filosófico alumbra: “Los pasos de un hombre, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, dibujan en el tiempo una inconcebible figura. La Inteligencia Divina intuye esa figura inmediatamente, como la de los hombres un triángulo”. Los días que siguieron a la partida de Adriana Fiterman trajeron el eco de la imagen construida por Borges; la memoria de sus amigos y colegas trazan la figura de una mujer generosa, cálida, dedicada a poner a disposición de los otros su saber. Con igual entusiasmo podía emprender la enorme tarea de crear cada año el espacio expositivo de la feria arteBA o proyectar la remodelación del departamento de una amiga que la recuerda sonriente hablándole de su nuevo jardín verde flúo en el baño. Leo Battistelli rememora “cada vez que le consultaba por algún montaje complejo terminábamos sumergiéndonos en la esencia de la obra y con certeza salíamos con una solución positiva y una carcajada”; palabras semejantes reiteran tantos otros artistas a los que acompañó para que sus obras cobraran luz en el espacio expositivo.

Su relación con la pintura fue prolífica, construyó un lenguaje que supo ahuyentar las sucesivas modas y lugares comunes que poblaron los últimos treinta años. Entre sus muchas obras, quizás podamos detenernos –por capricho– en una llamada “Al límite”, de 1999. Allí aparece un hombre recostado sobre un pastizal; se lleva las manos a la cara, un poco desperezándose, un poco aturdido por el resplandor, porque todo alrededor de él se está volviendo dorado.

“Días y flores”, acrílico sobre tela, una de sus obras.

Jorge Mara:

“Era lo que pintaba”

Tuve el privilegio de ver el desarrollo de la obra de Adriana Fiterman desde muy temprano en su carrera. Vi con admiración y alegría como sus cuadros iban ganando en complejidad y hondura, de que modo su visión pictórica se iba expandiendo y evolucionaba audazmente en el empleo del color, la forma, el dibujo. Alegría, asociada a la obra de Adriana, es una palabra clave. Es muy temprano para disociar su pintura de lo que ella era y exhibía como persona. Hay muchas formas de abordar la obra de una artista y todas son válidas si son veraces. Cuando Adriana compartía sus obras conmigo, ya fuera por el puro placer de comunicar algo fundamental de su vida a un amigo con quien, entre otras cosas, la unía la complicidad fervorosa por la pintura, mi entusiasmo evidente por lo que me mostraba, de algún modo, según me decía, la afirmaba en sus decisiones pictóricas. Yo no consideraba en absoluto necesaria mi opinión para refrendar sus elecciones, pero entre amigos las complicidades son muy importantes. Lo que a mí me sorprendía –ya que no se trata de una regla general de consonancia entre una obra y quien la produjo– era, en su caso, la identidad manifiesta entre obra y artista. Sabemos que la cara visible, pública, social de un artista y lo que su trabajo refleja no es necesariamente una vía regia para ingresar a la obra. Pero a veces sí lo es, y al hablar de ciertas obras no se puede soslayar la personalidad de quien les dio a luz. Adriana “era lo que pintaba “, sus obras transmiten lo que ella era como persona, tienen la inmediatez de su espíritu abierto y luminoso. Sus trabajos comparten con nosotros el júbilo que prodigaba su presencia. El ángel, el encanto no son elementos que se consideren en primer término para calificar una obra de arte; sin embargo son dotes básicas y esenciales de muchos artistas, sean de la disciplina que sean. Esas virtudes Adriana las tenía en abundancia y quienes la tratamos tuvimos la suerte de disfrutarlas. La supervivencia de una obra no consuela de la ausencia de su autora. Para aquellos que la queremos –me niego a utilizar el verbo en pasado– esta ausencia no tiene consuelo.

Eduardo Stupía:

Una pintura llena de secretos y susurros

Calladamente, con el silencio y el decoro con los que había elegido vivir, nos dejó Adriana Fiterman. En ella, la discreción, la candorosa timidez y un apego vocacional al perfil bajo no eran meras cualidades de carácter sino decisiones éticas. Esa modestia, no exenta en absoluto de brillo, intensidad y picardía, le permitió asumir su destino de artista con un recelo casi exagerado ante la más remota posibilidad de que el resonante apellido que llevaba orgullosa significara alguna clase de ventaja, de ponderación desmesurada.

No fuimos amigos, pero no hizo falta; el auténtico don de gentes de Adriana era la instantánea fisonomía que le entregaba al prójimo, en cualquier circunstancia o contexto. Llegué, sí, a conocerla un poco más cuando en el 2015 me propuso que le escribiera el prólogo para el catálogo de la muestra individual que iba a exhibir en la Galería TAG – The Art Gallery, un nuevo espacio en el centro de Buenos Aires. Confieso que al principio me acerqué a su obra con prudencia y alguna que otra reserva, seguramente confundido por un rasgo que, a poco de interiorizarme más y más en una pieza y otra, se me reveló como una virtud, quizás análoga a su característica esencial como persona.

Porque Adriana nos proponía, y nos propone, un mundo pictórico cuya escena de metáforas legibles, aparentemente accesible, es subterráneamente indócil, lleno de susurros y secretos; un relato donde los personajes, los gestos faciales, los esbozos anatómicos, las veladas situaciones y manierismos sociales y aún los retratos, facilitan el ingreso a su hábitat con la gentileza del anfitrión que sabe hacer de la amabilidad el mayor de los misterios.

Para algunas cosas, siempre es tarde. Lástima grande no poder decirle a ella, personalmente, hoy, que reescribo con todavía más convicción y más genuinas certezas lo que dije en ese momento.

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EV

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