6 y 7 de septiembre: la Cataluña nacional-populista

A la hora de recordar lo acontecido en el Parlament de Catalunya durante las jornadas de infausto recuerdo del 6 y 7 de septiembre de 2017 suelen venir a la mente las

imágenes parlamentarias de lo que constituyó un auténtico golpe (posmoderno o no) contra nuestra democracia. De cómo se negaba la palabra a la oposición democrática y se saltaban todos los trámites legales con una desfachatez que provocó verdadera perplejidad en la sociedad española. Pero a veces se olvida el contenido de lo que aquel día se aprobó: la Ley de Transitoriedad. Merece la pena recordarla, porque nada retrata mejor las vergüenzas de los actuales gobernantes separatistas, dado que lo que aprobaron aquel día, ni era una república, ni mucho menos democrática: era el espejo que devolvía reflejadas sus verdaderas intenciones. Aquel día se aprobó de manera «transitoria», pero sin especificar el tiempo (al estilo de la dictadura del proletariado), que Carles Puigdemont se convirtiera en caudillo plenipotenciario con capacidad para nombrar un Tribunal Supremo catalán, pero sin estar sometido a él, en un alarde autoritario que, de haber prosperado, hubiera dejado a Putin y Erdogan en Bambi y Heidi a su lado. Es importante recordar esto, porque muchos catalanes bienintencionados creían que aquel día accedían a una arcadia feliz y democrática, cuando en realidad lo que se pretendía era convertir a Cataluña en un sistema autoritario nacional-populista, eso sí, de manera transitoria, porque de todos es sabido que, una vez dotado de los tres poderes, Puigdemont «el Generoso» los hubiera devuelto al pueblo a las pocas horas. Se trataba de la culminación natural de una operación diseñada a imagen y semejanza de los movimientos más populistas y reaccionarios de Flandes, la Padania de Umberto Bossi o los ultras de Finlandia: una vez señalado el enemigo exterior e interior (Madrid y los catalanes no separatistas, que pasaban a ser traidores y «botiflers»), el líder mesiánico con capacidad de interpretar «la voluntat del poble» se hacía con todos los poderes y liquidaba el sistema democrático. Aquellas jornadas también sirvieron para que toda Europa viera en vivo y en directo lo que nos hubiera esperado a la oposición democrática en una Cataluña independiente: no sólo se nos convertía en enemigos del pueblo, es que ni siquiera se nos permitía tomar la palabra para denunciar los momentos de más flagrante ilegalidad. A veces prefiero no pensar dónde hubieran sido capaces de llegar los separatistas de prosperar sus intenciones. Afortunadamente, la grandeza es hija de la necesidad y aquel día emergió lo mejor de los miembros de la oposición democrática, que, lejos de achantarnos, dimos lo mejor de nosotros mismos para denunciar aquel atropello. Duele especialmente pensar en el penoso papel actual del PSC, que ha roto la unidad constitucionalista, porque aquel día Iceta estuvo a la altura, como aún duele más si cabe asistir a la deriva de los comunes al recordar las vibrantes intervenciones de Rabell y Coscubiela. Tal fue nuestra vocación de resistencia democrática que a mí me dio por parafrasear a Adlai Stevenson y su legendario «estaremos aquí hasta que se congele el infierno». Y vaya si estuvimos. Tengo para mí que aquel día perdimos la votación, efectivamente, pero ganamos la batalla de las ideas: quedó demostrado que la (hasta entonces) Cataluña silenciosa y silenciada, alzaba la voz para defender la libertad y la democracia en nuestra tierra. Cualquier proyecto alternativo al nacionalismo en Cataluña deberá necesariamente recuperar el espíritu de aquellos días. Somos muchos los que seguiremos trabajando para que eso sea posible. Y tarde o temprano lo conseguiremos.

FUENTE DIARIO ABC:

https://www.abc.es/espana/abci-6-y-7-septiembre-cataluna-nacional-populista-202009070147_noticia.html

Exit mobile version