Jordi Pujol y el día en que la derecha murió en Cataluña

Jordi Pujol no ganaba: arrasaba con mayorías absolutas descomunales. Llegó a tener 72 de los 135 diputados. Nunca perdió unas elecciones y los socialistas le quedaron siempre a mucha distancia. Sólo Pasqual

Maragall logró rozarle, pero sin llegar a empañar su presidencia, y el PSC tuvo que esperar a que el gafe de Artur Mas hiciera su efecto y le ayudara en 2003 a tomar la Generalitat por primera vez, junto a Esquerra y a los comunistas. Con el retiro de Pujol murió la política que exigía algo a los ciudadanos, que se basaba en la reivindicación de los deberes individuales y colectivos, mucho más que en la queja por los supuestos derechos, y la responsabilidad sin la que la libertad no tiene ningún sentido. Aunque el president prefería la épica «nacional» para definirse, siempre se sintió cómodo en los valores de la derecha liberal-conservadora, en el fomento de la creación de riqueza, en la defensa de los empresarios como motor de la economía y de la familia como eje vertebrador de la sociedad. Era católico y se notaba. Con Pujol se fue el último «padre» de los catalanes, el último político que, con sus defectos y sus miserias y las de su familia, intentó «educar» a los catalanes en el rigor, en una idea muy clara de la autodisciplina, de la contención, y no sólo no dijo nunca nada para caerle mejor al vulgo, sino que basó su atractivo era precisamente decir lo que a todos importunaba: y así ganaba su credibilidad incluso entre los que no eran nacionalistas pero le veían como al presidente serio que Cataluña necesitaba para funcionar. De ahí que el PP tuviera casi siempre una presencia discreta en Cataluña, aunque no tan residual como ahora. Durante los años 90 y hasta 2010 estuvo siempre entre los 14 y los 21 diputados, sobre los 135. Muchos catalanes votaban a CiU en la Generalitat y al PP en el Congreso. CiU parecía más eficaz para defender los intereses de los catalanes, y ya Pujol se encargaba de que su nacionalismo no molestara a nadie, subiendo el tono identitario cuando hablaba para Madrid y rebajándolo sensiblemente cuando hablaba para Cataluña, donde vendía su perfil más pragmático. Y es verdad que fue pragmático: nunca quiso reformar el Estatut y prefería pactar los asuntos concretos con los Gobiernos de turno. Fueron negociaciones exitosas, con logros muy notables para el autogobierno. El presidente Aznar da ahora muchas lecciones, pero fue su decisión el despliegue de los Mossos como la policía de Cataluña y la abolición del servicio militar obligatorio. También el Pujol presidente fue mucho más moderado que el que podemos escuchar hoy, que ya no se juega nada. Mientras estuvo en el cargo, renegó expresamente del independentismo todas y cada una de las veces que fue preguntado. Nunca quiso pactar con Esquerra, y cuando en sus dos últimas legislaturas necesitó apoyos, se entendió con el PP: primero con Josep Piqué y luego con Alicia Sánchez-Camacho, aunque con quien tuvo la relación privilegiada fue con el presidente Aznar, como la había tenido con el presidente González, por no hablar de su especial sintonía con el Rey Juan Carlos. Populismo Pujol se fue y llegaron los que él siempre consideró una banda de irresponsables. Y se pusieron a hacer exactamente aquello que él había tratado siempre de evitar. Un Maragall muy debilitado políticamente, y ya enfermo, se dejó llevar por una ERC que nunca ha entendido lo que es Cataluña; y Mas, en lugar de hacer una oposición tranquila como Urkullu y Ortúzar cuando Patxi López fue lehendakari, se subió a la vaca loca de parecer más independentista que ERC y acusarla de traidora por pactar con el PSC (es decir, con España). Mas fue el primer líder de la derecha que abrazó el populismo, con delirantes promesas que él era el primero que sabía que eran falsas. En su afán por ser presidente, y por mantenerse en el cargo, en lugar de ser el padre sólido y estructurado que había sido Pujol, se empezó a comportar como el padre divorciado que en todo consiente a sus hijos porque teme de que dejen de quererle si les lleva la contraria. No es ningún secreto para nadie en qué tipo de tiranos se convierten estos niños, en qué tipo de hombres faltos de cualquier límite y por lo tanto profundamente desorientados. En su despropósito sin fin, Mas rompió con Unió para pactar con Esquerra. La derecha catalana se deslizaba hacia la izquierda más surrealista, porque tras Esquerra vino la CUP. Era el año 2015. Para media Cataluña sólo importaba la independencia y para la otra mitad sólo era importante evitarla. La enseñanza concertada, el aborto, la políticas de ayuda a la empresa o cualquier otra prioridad elemental en cualquier país normal desaparecieron del debate en Cataluña. El independentismo, con Mas ya decapitado por la CUP y con el carlista Puigdemont al frente, era todo emotividad populista y en el otro lado un PP envejecido, encorsetado, sin nada claro que ofrecer, y un PSC que se sentía incómodo en todo, dejaron paso al empuje de Ciudadanos, que fue el primer partido que logró ganarle, en votos y en escaños, unas elecciones a Convergència. No sirvió de nada, en parte porque había una mayoría independentistas en el Parlament, pero sobre todo porque Inés Arrimadas puso rumbo a Madrid como lo había hecho, años antes, Albert Rivera. Una vez más, la falta de interés y de constancia de los partidos nacionales dejó en la inanidad el relato de España en Cataluña. Unió trató de presentarse a las elecciones y no obtuvo ni un solo diputado. Luego se fundió en el PSC y entonces perdió, además, toda su credibilidad. Antoni Fernández Teixidó, que había sido consejero de Industria de Jordi Pujol, fundó «Lliures» una plataforma liberal y catalanista, no independentista, pero sin presupuesto para hacer más que comunicados y alguna fiesta de vez en cuando. Mucho más potente fue la emergencia de Sociedad Civil Catalana, que gracias al gobierno del presidente Rajoy halló toda clase de facilidades en su financiación. Pero las disputas internas, el muy extravagante desequilibrio personal de su primer presidente, Josep Ramón Bosch, y el auge de Ciudadanos, que todo quiso absorberlo, hicieron que SCC fuera perdiendo protagonismo y subvención, y hoy es un actor, siendo generosos, secundario. Marta Pascal, tras haber aguantado todas las humillaciones posibles de Puigdemont mientras fue la coordinadora general del PDECat (la antigua Convergència), se marchó del partido justo cuando iba a quedarse sin cargo público, y ahora está en la órbita del Partit Nacionalista de Catalunya, que es nacionalista sin llegar a ser abiertamente independentista y defiende la enseñanza concertada, y la esencial aportación a la economía catalana de autónomos y empresarios. Pero se trata de momento de una formación tan insignificante, y tan irrelevante, que resulta hasta poco serio mencionarla en un informe sobre lo que pueda ser en la actualidad la derecha catalana. Haciendo un exceso de voluntarismo, y aunque sólo sea por oposición a Puigdemont, el PDECat, del que el expresidente fugado se ha escindido, conserva a la mayoría de los alcaldes que Convergència tiene en Cataluña, y que para continuar en el cargo necesitan hablar de los «problemas reales de la gente»; y que esta «gente», si fuera de izquierdas, ya votaría al PSC o a ERC. La derecha española ha ganado sus últimas elecciones «contra» Cataluña, tal como el PSOE las ha ganado «en» Cataluña. La imagen del presidente Rajoy recogiendo en 2008 firmas contra el Estatut, no ayudó a que su partido fuera visto como aliado de los catalanes, por inconstitucionales que fueran algunos artículos de aquel texto. Igualmente, el premio de su valerosa, quirúrgica y vencedora actuación para frenar el golpe independentista en Cataluña se lo llevó Ciudadanos, y lo dilapidó la propia Arrimadas, que no tuvo ningunas ganas de aprovechar su condición de ganadora de las elecciones, en claro contraste con Pedro Sánchez, que se hizo con La Moncloa con el peor resultado del PSOE en unas generales. Equivocación y arrastre Cuando Pujol se fue, Convergència abrazó el populismo y hoy agoniza en la fragmentación, la irrealidad y una suerte de grotesco peronismo a la payesa. Torra está amortizado, Puigdemont acorralado, y si el PDECat, con Mas y tal vez con Pascal, quiere hacer algo, no tendría que tardar mucho en explicarlo. Es cierto que con pocos escaños podría decantar la balanza de los pactos, pero aún es más verdad que es el partido de los cobardes y que si dieran la cara, sería la primera vez que lo hacen en su breve historia. El PP tiene una lastimosa estructura en Cataluña, y aunque Alejandro Fernández (candidato a la Generalitat) y Josep Bou (candidato ayuntamiento de Barcelona) hacen lo que pueden por defender su espacio político, es difícil que lo logren tras tantos años de equivocación y de arrastre. Ciudadanos concentró la respuesta al independentismo pero pronto dejó huérfanos al millón de catalanes que confió en ellos para defender el orden y la Ley en Cataluña, y lo que le sucedió a Albert Rivera en las últimas elecciones al Congreso es lo que con toda seguridad va a sucederle al partido naranja en el Parlament cuando a probalemente finales de enero o principios de febrero los catalanes seamos de nuevo llamados a las urnas. Si el mundo entero está sumido en la incertidumbre, Cataluña está además intentado recordar qué quiere y quién es. Las viejas ilusiones se han derrumbado pero hay aún más zombis deambulando entre los escombros que ciudadanos libres, conscientes y valientes que asuman el fracaso y que hay que ponerse a partir de ya a hacer algo completamente distinto.

FUENTE DIARIO ABC:

https://www.abc.es/espana/abci-jordi-pujol-y-derecha-murio-cataluna-202009070141_noticia.html

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