La crisis financiera que el mundo olvidó

The

New York Times

Para mediados de marzo de 2020 una sensación de ansiedad invadía la Reserva Federal. La vertiginosa pandemia del coronavirus se propagaba peligrosamente por los mercados

mundiales.

Las operaciones con letras del Tesoro de EE.UU. –los títulos del gobierno considerados entre los activos más seguros en el mundo, y la base de todo el mercado de bonos- dejaron de tener fluidez cuando los inversores aterrados trataron de vender todo lo que tenían para obtener efectivo. Escaseaban los vendedores. El mercado de títulos nunca se había derrumbado tanto, ni siquiera en el peor momento de la crisis financiera de 2008.

La Fed convocó a una reunión de urgencia el 15 de marzo, un domingo. Lorie Logan, supervisora de la cartera de activos de la Fed de Nueva York, resumió la crisis en ciernes.

Hizo una evaluación terminante: si bien la Fed había estado comprando bonos respaldados por el gobierno la semana anterior para calmar la volatilidad del mercado de títulos, contactos en el mercado dijeron que no había sido suficiente. Para solucionar las cosas, la Fed tendría que comprar mucho más. Y rápido.

Las autoridades de la Fed son gente propensa a argumentar, y debatieron ardientemente si cortar o no las tasas de interés a casi cero.

Pero, ante el testimonio de la gravedad del derrumbe del mercado de bonos del gobierno, no hubo disenso sobre si el banco central tenía que intervenir como comprador para detener lo que estaba sucediendo. Esa tarde, la Fed anunció un gigantesco programa de compra, prometiendo hacer US$500.000 en compras de bonos del gobierno y adquirir US$200.000 millones en deuda respaldada por hipotecas.

El rescate funcionó, de modo que es fácil olvidar el peligro que inversores y empresas enfrentaron hace un año. Pero las debilidades del sistema expuestas en marzo pasado persisten, y están ahora bajo la lupa de los funcionarios de Washington.

Cómo comenzó

Los mercados financieros empezaron a tambalearse el 21 de febrero de 2020, cuando las autoridades italianas anunciaron cierres localizados.

El 3 de marzo, mientras se intensificaba el nerviosismo de los mercados, la Fed recortó las tasas de interés a alrededor de 1 % – su primera medida de emergencia desde la crisis financiera de 2008. Algunos analistas acusaron al organismo de reaccionar exageradamente y otros hicieron la pregunta obvia: ¿Qué podía hacer la Fed frente a una amenaza a la salud pública?

Los confinamientos en Italia se agudizaron durante la segunda semana de marzo, y los precios del petróleo se derrumbaron al calor de una guerra de precios, haciendo temblar a los mercados de acciones, monedas y commodities. Entonces, algo extraño comenzó a suceder: en lugar de volcarse a los bonos del Tesoro -la inversión, según se dice, más segura del mundo-, los inversores comenzaron a tratar de venderlos.

El rendimiento de la deuda del Tesoro a 10 años – que suele caer cuando los inversores buscan un refugio seguro- empezó a subir el 10 de marzo, sugiriendo que los inversores no querían activos seguros, sino dinero contante y sonante, y buscaban vender todo para obtenerlo.

Cómo se agravó

La religión funciona a través de las iglesias. La democracia, a través de los congresos y parlamentos. El capitalismo es una idea que se hizo realidad a través de una serie de relaciones entre deudores y acreedores, riesgo y recompensa. Y para el 11 de marzo, esas ecuaciones ya no servían. Ese día la OMS declaró oficialmente que el virus había desatado una pandemia, y en la mañana de ese día la tendencia vendedora llegó al punto de pánico.

La Fed comenzó a lanzar medidas para aliviar las condiciones, primero ofreciendo grandes inyecciones temporales de efectivo a los bancos, luego acelerando iniciativas para comprar letras del Tesoro cuando ese mercado se salió de control. Pero para el viernes 13 de marzo, los mercados de bonos del gobierno eran apenas uno de muchos problemas.

Los inversores extraían su efectivo de los fondos comunes de inversión de los mercados de dinero de bajo riesgo. Pero esas salidas de dinero comenzaron a acelerarse, haciendo que los fondos mismos salieran bruscamente de mercados de deuda corporativa de corto plazo en una carrera para poder devolver dinero a los inversores. Los bancos que funcionan como intermediarios de los mercados estaban menos dispuestos que de costumbre a comprar y guardar nuevos valores, ni siquiera temporalmente. Eso hizo más difícil la venta de todo, ya fuera un bono de una empresa o deuda del Tesoro.

Pero a Jerome H. Powell, presidente de la Fed, le preocupaba que la solución fuese insuficiente y que las deudas de corto y largo plazo de todo tipo resultasen difíciles de vender. Le pidió entonces a Andreas Lehnert, director de la división de estabilidad financiera de la Fed, que preparase programas de créditos de emergencia, que el banco central había utilizado en 2008 como sistema de apoyo para mercados en problemas.

Pero para el final de esa semana, todo era un desastre. Los bancos centrales extranjeros y las empresas se desprendían de deuda estadounidense, en parte para adquirir dólares que las empresas necesitaban para pagar intereses y otras cuentas; los fondos especulativos rechazaban operaciones muy apalancadas que se habían derrumbado cuando enloqueció el mercado, volcando títulos del Tesoro al mercado asfixiado. Los mercados de bonos corporativos y de real estate comerciales parecían riesgosos en momentos en que las empresas enfrentaban bajas en su calificación crediticia y los hoteles y centros comerciales veían fracasar sus perspectivas de negocio.

El banco central más poderoso del planeta proponía soluciones a los mercados tan rápido como podía, y no era suficiente.

Cómo lo solucionaron

El siguiente fin de semana, 21 y 22 de marzo, fue un frenesí. Las autoridades se comunicaban desde sus hogares, completando los lineamientos de un programa todavía secreto y negociando con el equipo del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, para establecer un esquema que protegiese los esfuerzos contra pérdidas crediticias. Tras un ajetreo tormentoso de 48 horas, la Fed difundió un extenso comunicado de prensa el lunes por la mañana.

Allí prometía comprar una cantidad ilimitada de deuda del Tesoro y adquirir títulos respaldados por hipotecas.

El anuncio también empujó al banco central a un territorio inexplorado. La Fed fue creada en 1913 para actuar como prestamista de última instancia a bancos en dificultades. El 23 de marzo, se comprometió a dar ayuda más allá de ese costado financiero. La Fed dijo que compraría deuda corporativa y ayudaría a firmas medianas a obtener créditos por primera vez en su historia.

Finalmente funcionó. Los esfuerzos del 23 de marzo tuvieron un enfoque al que Lehnert se refirió internamente como “cubrir todos los frentes”. Los economistas habían discernido qué mercados de capitales estaban ligados a grandes cantidades de empleos y se aseguraron de que cada uno de ellos tuviese un programa de apoyo de la Fed.

El 9 de abril, con el respaldo de una enorme cantidad de dinero de un paquete de rescate recién aprobado por el Congreso – US$454.000 millones -, los funcionarios informaron que ampliarían los esfuerzos ya anunciados y promoverían otros para destinar dinero a estados y grandes ciudades.

El plan de rescate de la Fed en 2008 recibió muchas críticas al ser considerado como un salvataje a los bancos. El de 2020 fue para rescatar todo.

La Fed, junto con el Tesoro, muy probablemente salvaron a la nación de una crisis financiera devastadora que habría hecho más difícil que las empresas sobreviviesen, se recuperasen y recontratasen personal. Muchos de los programas ya terminaron o están por finalizar, y los mercados funcionan bien.

El rescate de la Fed refuerza la urgencia de salvaguardar el sistema. Los banqueros centrales fijaron un precedente al salvar mercados antes no tocados, lo que aumenta la posibilidad de que los inversores tomen riesgos asumiendo que el banco central siempre intervendrá si las cosas se ponen muy mal.

Traducción: Susana Manghi

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