Ezequiel Pérez: “Una imagen que apareció al escribir esta historia es la de un arenal de huesos”

Influido por los tópicos de las crónicas de indias, el autor construye a través del joven protagonista y narrador, Mandarino, una historia que narra la arriesgada decisión de una comunidad de dejarlo todo y navegar para dar con el alimento que representa el pez dorado, comandados por la Mansa, en un escenario dominado por presencias masculinas.

En la novela, editada por Eterna Cadencia, el relato de Mandarino como Cronista Mayor del Desamparo, da cuenta de sus orígenes, de la carencia que los llevó a imaginar un nuevo destino y de un periplo plagado de incertidumbre, a través de narraciones, cartas, un diario y un Libro, en un empeño por dejar testimonio, como lo único seguro, ante tanto desconcierto.

Autor de la novela “Hay que llegar a las casas”, ganadora del Premio especial del Concurso de Letras 2020 del Fondo Nacional de las Artes, y seleccionada finalista del Premio Medifé-Filba 2022, Pérez (Ramallo-1987) elige nuevamente para esta novela contar desde un escenario de fragilidad, como si el acto de fundación que conlleva esta historia “implicara pararse a contar sobre un suelo inestable y repleto de muertos que chillan, al borde del desmoronamiento”, manifiesta el escritor en diálogo con Télam.

– Télam: “Mandarino” es una obra que plantea un escenario fundacional, desde el momento en que un pueblo deja su lugar de origen e intenta instalarse en otro territorio. ¿Qué idea inspiró la construcción de esta historia?

– Ezequiel Pérez: Creo que en Mandarino la idea de fundación aparece como la búsqueda de construir un cimiento precario, aunque después se venga abajo. Intenté que cada uno de los personajes tuviera su propia propuesta de fundación y que mostrara la tensión, la disputa en el modo y el tono en que se puede contar el alrededor, el viaje, las relaciones dentro de la expedición, las versiones de lo que uno se puede encontrar más adelante, las continuidades y rupturas con el pasado. La versión de Mandarino de ese viaje es una de tantas y ni siquiera se parece a sí misma a lo largo de la novela. No sé cuál es la idea de la que surgió el texto, sí me acuerdo de una imagen que apareció cuando estaba escribiendo esta historia: la de un arenal de huesos. Como si el acto de fundación implicara pararse a contar sobre un suelo inestable y repleto de muertos que chillan, al borde del desmoronamiento. Y que se siguiera escribiendo.

– T: El río Paraná es el sitio geográfico de la historia y lo fue de tu primera novela. ¿Por qué crees que el río te convoca insistentemente?

– E.P: La respuesta más rápida sería porque crecí en un pueblo que está al lado del río. Algo de eso hay. Lo que no implica que fuera una decisión por, para decirlo de alguna manera, un mayor grado de experiencia. Todo lo contrario. El río, para mí, está cargado de lecturas y de capas, de la costumbre, de la vida familiar, de las formas en las que fue representado y también de las formas en las que me lo inventé desde lejos, una vez fuera del pueblo. En todo caso, si el río ocupa un lugar central en las dos novelas que escribí es una forma de poner en crisis mis lecturas y mis proyecciones y de intervenir sobre un espacio que parece “dado”. Exorcizar lo telúrico para que no se convierta puramente en paisaje.

– T: ¿La construcción de un lenguaje con rasgos estilísticos que remiten al castellano antiguo tiene que ver con la característica fundacional que tiene la historia? ¿Cómo fue trabajar ese recurso del lenguaje?

– E.P: La lengua de Mandarino fue una exploración. Tenía la idea de que ese pueblo de pescadores presentara una lengua con ciertas variaciones, con su lógica, con su mezcla de tradiciones que mostraran su artificialidad y que, en la medida de lo posible, se fuera consolidando de una manera sospechosa, al borde del quiebre. Me tocó alguna vez leer la novela en voz alta y saltarme un artículo o agregar una palabra que no había escrito y me daba cuenta de que el texto se rompía. Creo que lo que intenté fue, sobre todo, que esa lengua tuviera un ritmo que surgiera de las repeticiones, del tono, de la cercanía de ciertos sonidos que deforman levemente la palabra y que ese ritmo fuera el que le diera peso a la lengua, su aparente solidez. Es decir, que en toda esa mezcla se pudiera reconocer una música.

– T: Uno de los temas que aparece con fuerza es el de las pérdidas. Me preguntaba entonces si no hay salvación posible y si la ausencia de peces está relacionada con un futuro donde el hombre se convierte en un depredador de la naturaleza.

– E.P: Me parece que la novela no da una respuesta, así que no me corresponde a mí decidirlo. Está la deriva, eso sí, y las condiciones en las cuales se vuelve posible pensar lo que viene. El tiempo de la espera es un tiempo importante porque no significa solamente estarse echado sobre la canoa mientras te lleva la corriente, sino que podría pensarse también como un andar agazapado. En esta línea, no sé si tengo una idea de la naturaleza como una identidad única y pasiva azotada por la humanidad. Tampoco creo mucho en la idea de Humanidad con mayúsculas. En la novela aparece la imagen de esos hombres y mujeres montados sobre un animal gigante que corcovea. Me parece que así andamos, transformando y siendo transformados por lo que nos rodea. Y también nos podemos dar la cara contra el piso en alguno de esos corcoveos.

– T: El viaje que inician deriva en un desasosiego e incertidumbre propio de aquellos conquistadores que se lanzaban al mundo sin saber con lo que se iban a encontrar. ¿Mandarino representa a uno de esos cronistas?

– E.P: Mandarino no es una novela histórica, si es que eso es posible o si significara algo. Con esto quiero decir que no hay una referencia concreta para el personaje de Mandarino. Sin embargo, la insistencia en contar el fracaso que se pone en marcha cuando uno se queda sin proezas para alardear, esa forma de narrar lo que no se pudo, o lo que todavía no se pudo, está muy presente en algunos textos coloniales. Como si el último reducto del deseo y del avance hacia lo que se anhela estuviera en la escritura. Ahí sí quise señalar una de las tantas tradiciones literarias que se abren como potencia y también como límite. Basta leer el Romance de Luis de Miranda, nuestro primer poema escrito por uno de los que vino con Pedro de Mendoza. Antes que la civilización y/o barbarie, en el Río de la Plata son el hambre, el fracaso y el anhelo los que fundan la escritura. Después hay que ver qué hacemos con eso.

– T: Por qué elegiste ese esquema de crónica de indias para escribir esta novela?

– E.P: Lo pensé en relación a lo que estaba queriendo contar. Creo que fue una elección que surgió a medida que iba tanteando el texto. El propio material derivaba a esa forma. Me interesaba la idea de que los personajes se echaran al río con los ojos de quien ve las cosas de manera extrañada y que la percepción pendiera de un hilo. Por eso me servía el modelo de las crónicas de indias, porque hay mucho de esa percepción extrañada y puesta en duda.

– T: En un mundo aparentemente signado por los hombres, aparece la figura fuerte de la Mansa, una mujer que comanda al grupo de navegantes. ¿En qué radicó la elección de una mujer en este escenario de desorientación y desamparo?

– E.P: Es el personaje que menos claro se me presentaba y que busqué delinear lo menos posible. Me interesaba que estuviera borroneada, a dos o tres canoas de distancia. Esa lejanía hizo que la Mansa se convirtiera, para mí, en un personaje incógnita: no sé si guía bien o si está llevando al desastre, ni qué intereses la mueven, ni qué grado de implicancia tiene con el resto de la flota. Es un personaje que mira hacia adelante y hacia atrás, en la línea de María Muratore, pero también en la de ciertos personajes importantes de los textos coloniales como Isabel de Guevara o Inés de Suárez. Para mí esos personajes son, como decía, una incógnita.

– T: Hay un recurso que usas en la novela “Tengo para mí” muy borgeano. ¿De dónde surgió?

– E.P: La fórmula “tengo para mí” aparece en algún texto judicial, como acto de fe de lo que se dice. No recuerdo si es literal o si intervine. Sí sé que la tomé como fórmula de la novela con la fuerza de una petición. Mandarino cuenta lo que vio, lo que escuchó, lo que le pareció que era. Es una escritura que se presenta como acto de fe: creo que fue así o, en todo caso, hagamos de cuenta que sucedió de esta manera para que la narración se sostenga. No sé cuánto habrá de Borges, pero sí pensé mucho en su “Fundación mítica de Buenos Aires”. En uno de los versos finales dice “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires”. Ahí Borges construye también su propio “cuento” que transcurre en una manzana de su barrio, contraponiendo esa fundación más íntima al mito nacional. Como si dijera: en mi “cuento” no hay otra patria más que estas cuatro cuadras sobre las que intervengo. Con esa idea me interesaba entrar en conversación. En Mandarino están, creo, los cuerpos y el río, los toldos y la deriva, el desarme y el tránsito. Ya que toda fundación es un cuento y todo origen es arbitrario, uno no puede hacer otra cosa más que construir su propia manzana desde la que escribir, aunque esas cuadras se tracen sobre el agua.

Fuente Ambito

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