
“Hay resonancias de Beckett porque hay un afuera al que se alude y no solo tiene que ver con la espera sino con el otro como amenaza”, dice Franco Verdoia, director de “El cielo en una habitación”, de Jan Vilanova Claudín, con actuaciones de Nelson Rueda y Eduardo Leyrado, que se presenta los sábados a las 22 en Espacio Callejón. Dialogamos con los tres.
Periodista: ¿Cómo influyeron otros autores en esta obra?
Franco Verdoia: Tengo tendencia a relacionar proyectos teatrales con narrativas audiovisuales porque vengo de ese mundo. Cuando tomé contacto con la obra se me aparecieron “Melancolía” de Von Trier y “Funny Games” de Haneke. Había violencia en dos niveles, implícito y explícito, que mantenían mi lectura en cierto vilo, la sensación de no saber cómo podía terminar este cuento y cuan ríspido podía llegar a ser. Haneke juega con una violencia perturbadora que comienza de manera cotidiana, entre unos vecinos que de repente toman la casa y se desencadena la tragedia. En el caso de Von Trier la obra plantea esta encerrona entre un escéptico al que se le plantea la idea de lidiar con que ese anuncio de que el fin del mundo sea certeza. En “Melancolía” el director se hace cargo de aquellos que creen tener todas las herramientas para confrontarse a determinados abismos y uno de sus protagonistas, el astrónomo, no puede lidiar contra ese planeta que se avecina. Aquí también.
P.: ¿Qué se fija al elegir un proyecto?
Nelson Rueda: El equipo de trabajo, fundamental para sostener los proyectos en el teatro independiente, sostenerlo, indagarse y que cada función sea un vuelco emocional a “contar el cuento” como muchos decimos . Este es un material que me interesó porque al tener un código diferente te obliga a derribar estructuras de expresión y lleva al actor al juego obligado. El que no juega pierde, consigna de la niñez, es aplicable en esta pieza, hay que estar con todas las capacidades expresivas y emocionales en la mano. Y poder desde ese concepto saber que cuando el juego llega a su fin en alguna parte de la obra, deberemos volver a poner nuestros instrumentos para que venga el siguiente y aplicarlo con igual fuerza que el anterior.
P.: ¿Cómo llegó a esta obra?
F.V.: La productora me la acercó y me generó pudor porque nunca había dirigido algo que no fuera mío, entonces meter mano en las palabras de otro me hizo dudar. Cuando uno se enfrenta a un material no escrito o disparado por uno eso tiene que ser amasado, roto, explorado en todas sus formas. A la vez me sedujo pese a no ser mi tema, ni mi tono, ni el tipo de humor que yo abordo. Tal vez esa distancia y los actores me confirmaron que era bueno hacerlo.
Eduardo Leyrado: Hacía mucho que queríamos trabajar juntos con Nelson. Este texto nos resultó un desafío y coincidimos que la mirada de Franco, tanto en teatro como en cine, era ideal para la puesta que teníamos por delante. El personaje que interpreto es, aparentemente, un empleado de la municipalidad de algún pueblo y cuando llega Nelson queda en evidencia su violencia contenida. La obra transita el absurdo y un planteo existencialista.
N.R.: No es fácil hablar del fin del mundo como lo hace la obra, ¿o quizás estamos todos los días colaborando para que eso se acerque? ¿Qué pasa si nos damos cuenta de que tiramos tanto de la cuerda que de repente nos dicen que es ya? La pieza se lo plantea, lo aborda y por momentos lo asfixia al espectador. Todos los que estamos en la sala formamos parte de ese hecho. La dirección de Franco Verdoia quiso que así ocurriera.
F.V.: El proceso de ensayos fue profundo, trabajoso y entregado. La obra no se revelaba de manera sencilla para nosotros, podía ir en un sentido y en esa búsqueda tuve la fortuna de contar con dos actores entregados al trabajo e incertidumbre de probar diferentes formas. La obra se terminó de manifestar cerca del estreno, en la última semana de ensayos. Había que terminar de definir la escenografía, el arte, el vestuario y ahí se abrochó la propuesta estética. No estuvo desde el inicio, fue ir y venir, errar y buscar. Me tuvieron mucha paciencia. El autor permitió que se adapte a nuestra argentinidad, nuestro oído y nuestra manera de decir.
P.: ¿Qué más puede decir de la escenografía?
F.V.: Trabajamos un espacio que no fuera fijo, descubrimos que los espectadores eran el mejor punto de referencia hacia otro que está ahí mirando, entonces conformó al público como aquellos que han venido a salvarse y están mirando esta oficina anodina en medio de la nada. Desde su arquitectura empieza a convertirse en un lugar claustrofóbico y sofocante que se va moviendo pese a que los protagonistas lo ignoran. Hacia el final todo eso se mueve hacia los espectadores.
P.: ¿Cómo responde el público, que repercusiones aparecen y como es estar en el Callejón con esta y “Late el corazón de un perro”?
F.V.: El público cree que llega a ver una comedia, donde el permiso de reírse le es habilitado pero lentamente emerge la violencia, locura y posibilidad de ese fin del mundo que dispara preguntas en el espectador y ese final temido. Se percibe la densidad , el público sale conmovido. El Callejón es un espacio de expresión, expansión, una oportunidad, me resulta muy inspirador, me han dado posibilidad de explorar estética y lenguaje y “Late…” luego de cinco años ha logrado todo lo que uno espera con un proyecto del off, que dejen de venir amigos y parientes y llegue la bondad de los extraños, el espectador genuino del boca en boca.
Fuente Ambito