
El martes 7, a las 20, subirá a escena en el Teatro Colón “Madama Butterfly”, de Giacomo Puccini, último titulo de la temporada lírica del año. La nueva producción se presentará en nueve funciones: además de la citada se la verá el miércoles 8, jueves 9, viernes 10, martes 14, miércoles 15, jueves 16 y viernes 17 a las 20, y domingo 12 a las 17. La dirección musical estará a cargo de Jan Latham-Koenig, quien alternará en el podio con Carlos Vieu; la dirección escénica será de Livia Sabag, y en los papeles centrales cantarán, como Cio Cio San, Anna Sohn/Daniela Tabernig y Mónica Ferracani; como Pinkerton, Riccardo Massi/Fermín Prieto; Suzuki serán Nozomi Kato/ María Luján Mirabelli/Cecilia Díaz, y Sharpless, Alfonso Mujica/Omar Carrión/Leonardo López Linares.
Uno de los atractivos visuales de esta versión son los diseños escenográficos del argentino Nicolás Boni, quien regresa al Colón donde ya hizo “Pélleas et Melisande”, “Rigoletto” y “Altri canti”, una selección de arias de Monteverdi escenificadas por Pablo Maritano. Boni es doctor en Historia del Arte y licenciado en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Rosario, y desarrolla desde hace más de veinte años una reconocida carrera internacional en teatros de Europa, Estados Unidos, China y Latinoamérica. Es autor del diseño de escenografías de más de cincuenta títulos entre óperas, ballet, zarzuelas y musicales. Dialogamos con él:
Periodista: La batalla entre el público conservador y las puestas de avanzada tiende a atenuarse año tras año, a medida que un público cada vez más joven va a la ópera, o hace ópera, y que los más tradicionalistas, por esa ley de la vida, tienden a ausentarse. ¿Cómo encara usted un nuevo proyecto?
Nicolás Boni: Cada espectáculo, integralmente, se puede plantear de distintas maneras. Por lo general es el director de escena quien da la idea central, la época en que estará ambientado, de qué forma la quiere, etcétera, pero muchas veces, cuando ya hay una relación aceitada con un director de escena, como por ejemplo la que tengo con Pablo Maritano, con quien aún en épocas de pandemia hicimos “Altri canti”, se trabaja la concepción en conjunto. A veces hay una idea visual muy fuerte, que propone el escenógrafo, y queda como eje. Es un juego de ida y vuelta todo el tiempo. Ahora bien, en lo que se refiere a lo tradicional y no tradicional, yo no me caracterizo tampoco por tener una visualidad de ultravanguardia.
P.: Exacto, estuve viendo algunas imágenes de una escenografía reciente suya de “Andrea Chénier” que es figurativa, pero al mismo tiempo moderna en el uso de los recursos visuales.
N.B.: Sí, esa fue una puesta para el Teatro Comunale di Bologna, que después hicimos para la ópera de Montecarlo. Mis trabajos siempre tienen una fuerte carga simbólica pero en una clave, si se quiere, naturalista. Puede haber alguna cosa fuera de lo figurativo pero siempre dentro de lo simbólico. En “Andrea Chénier” trabajamos mucho en video con Matías Otálora, con quien tenemos una sintonía muy grande, y esas partes digitales yo las acoplo y las integro a la corporeidad, a lo tridimensional de la puesta. Entonces, cuando eso está bien conjugado, queda una imagen muy contundente. En el caso de “Chénier”, los personajes aristocráticos, prerrevolucionarios, tenían como contraste un fondo arcádico, que luego se incendiaba; el efecto era muy intenso, y sorprendió. Desde luego, todo tiene que estar ajustado a la perfección, la iluminación, las proyecciones, lo técnico.
P.: Lo mismo su “Manon Lescaut”, que tenía algo de las fiestas galantes de Watteau.
N.B.: Bueno, en ese caso la consigna del director de escena fue que me basara en las imágenes de la película “Barry Lyndon” de Stanley Kubrick, que naturalmente se basa a su vez en esas pinturas del barroco tardío y el rococó. Otra puesta que recuerdo con afecto fue la de un “Rapto en el serrallo” de Mozart que hicimos en San Pablo, y que no transcurría en Turquía sino en el Hotel Ritz de París. De modo que el pachá era una especie de Dodi Al Fayed y ella Lady Di.
P.: Vayamos a la “Madama Butterfly” que veremos en el Colón desde el martes.
N.B.: Está en la línea de mi trabajo. La directora de escena, Livia Sabag, quería enfatizar algunos aspectos de la historia de Butterfly, sobre todo su decadencia permanente; desde la muerte de su padre hasta el abandono de Pinkerton, ella pasa por toda una serie de caídas. Cuando el padre se suicida tiene que trabajar como geisha, y ella, que viene de una familia noble, de samuráis, recibe el repudio de la familia. Entonces, lo que está reflejado en el espacio escénico de esta “Butterfly” es esa decadencia; acá no hay ningún tipo de lujo en la casa, ningún exotismo japonés, ni decorativo ni florido, sino cierta crudeza. Tan es así que en cuestiones simbólicas, que siempre aparecen en mi trabajo y que, en este caso lo hacen también por sugerencia de la directora de escena, después del primer acto habrá una especie de alud que destruirá el espacio, cambiará la geografía y atravesará la casa de Butterfly. Por supuesto, eso fue un enorme desafío técnico, establecer un espacio que será atravesado por un alud. Es como la naturaleza que atraviesa también el cuerpo de esa pobre chica de quince años.
P.: Justamente ese es un tema que hoy tiene una relevancia que antes ni se tenía en cuenta. La edad del personaje es la de “los juegos y los confites”, como se canta en la ópera. En tal sentido, Pinkerton, el oficial norteamericano que compra a Butterfly, es un pedófilo.
N.B.: Exacto, y luego a ella ni su propio hijo le queda al lado, se lo tiene que entregar a él y a su “verdadera esposa americana”. No hay amor romántico, es una compra y venta, por eso la puesta pondrá en primer plano esa decadencia moral, social, y al mismo tiempo pasará por encima la cuestión amorosa, en el sentido romántico del término. La escenografía es hiperrealista, hecha en época, finales del siglo XIX, pero hemos hecho una cabaña de montaña que no se ve habitualmente. No estamos hablando de ningún apartamento de lujo sino lo que Pinkerton le pudo comprar. Hasta que todo se derrumba.
Fuente Ambito