
Todo empezó a fines del siglo XIX, cuando don Federico Auli y su hija María Luisa llevaron técnicos de la entonces Secretaría de Agricultura y Ganadería de la Nación hasta su estancia entrerriana “Las delicias”, para instruir en la elaboración de productos lácteos a los hijos de los vecinos inmigrantes. Pronto la experiencia derivó en la creación de una escuela nacional agrotécnica, allí mismo. Corría 1900, segunda presidencia del general Julio Argentino Roca, que en 1904 impulsó también, a pocos kilómetros, la creación de la Escuela de Maestros Rurales Alberdi, la primera de esas características en toda Latinoamérica. La de Maestras Rurales nacería recién en 1962.
Hoy, la Escuela Agrotécnica Las Delicias, cerca de Aldea María Luisa, tiene 250 alumnos (160 con régimen de internados) que allí crían animales, siembran, cosechan, hacen la secundaria, dulce de leche, queso, y travesuras. No serían chicos si no las hicieran. Eduardo Crespo, artista y vecino, sigue a algunos de ellos en su vida cotidiana, capta momentos dispersos, andanzas, consultas a la doctora, juegos, no se ve el trabajo en las aulas ni en el tambo, como hubiera sido en un documental tradicional, pero hay tres episodios que valen la película: un chico se hace cargo de una palomita convaleciente y de a poco se gana su confianza, nuevos alumnos llegan al lugar y se despiden de sus padres, algunos con un poco de miedo en la mirada, y un preceptor atiende exitosamente un problema serio.
Esto último, vale la pena reseñarlo. Desaparecieron una billetera y un celular. El hombre investiga. Luego reúne a ciertos alumnos, entre los cuales seguramente está el que “encontró” esos bienes. El no les dice “tenemos a un ladrón”. No usa las palabras “robo” ni “ladrón”. Usa palabras como “amistad”, habla del compromiso de los jóvenes en la construcción de una mejor sociedad. Al día siguiente los objetos aparecen, y él pide un aplauso para quienes “los encontraron”. En esa escuela realmente se aprende.
Fuente Ambito