Novelas, cuentos, poemas de Pushkin, Gogol, Tolstói, Dostoievski y Chéjov, clásicos de las letras mundiales del siglo XIX, son recorridos de forma fresca, coloquial y cautivante en “Clases de literatura rusa” (Alfaguara) por la docente y destacada novelista Sylvia Iparraguirre, recuperando los seminarios que dictó en 2014 y 2015 en el Malba. Dialogamos con ella.
Periodista: Hoy muchos autores reconocen inspirarse en los grandes narradores ingleses y franceses del siglo XIX, ¿eso la llevó a recordar a los escritores rusos de la misma época?
Sylvia Iparraguirre: Si hay algo que caracteriza a Pushkin, Gogol, Dostoievski, Tolstói y Chéjov es la excepcionalidad de los cinco y de cada uno de ellos individualmente. Si se ha dado a esta etapa de Rusia “Siglo de Oro” es por ese grupo de escritores, y va del nacimiento de Pushkin, en 1799, a la muerte de Tolstói, en 1910. Si se trasladara a Tolstói de Rusia a Francia, no hay duda que Tolstói sería el primer escritor francés del siglo XIX, en un país donde hay portentos como Balzac y Stendhal, entre otros. Si se llevara a Chejóv a Londres o Nueva York sería un dramaturgo y cuentista impar. La dimensión que alcanza ese extraordinario grupo de escritores no es porque son rusos y su cultura es poco conocida sino porque tienen una dimensión que va más allá de su circunstancia. Tolstói llega a ser una personalidad mundial. Funda el pacifismo, la no violencia, se escribe con Gandhi y ayuda a la liberación de la India. Hubiera sido excepcional en cualquier parte. Son cinco escritores absolutamente distintos en caracteres, en estilo, en circunstancias y en sus obras, pero tienen en común la búsqueda de la identidad y el destino de Rusia y de su gente, y lo logran de un modo plenamente personal e imponente.
P.: ¿Un rasgo que los caracteriza es jugarse por el habla popular?
S. I.: El primero en hacerlo fue Pushkin, por eso se lo llama “Padre de la literatura rusa”. En el siglo XVIII y principios del XIX, en Rusia se escribía en francés. La lengua nacional era despreciada, pertenecía a la servidumbre. Para los nobles era una lengua rústica. Pushkin se da cuenta y comienza a escribir en ruso. Le dice a su hermano: no tenemos filosofía ni literatura, todo lo hemos leído en libros extranjeros, nuestra lengua necesita una ortografía, una gramática. A partir de ahí ese escritor mozartiano lleva la lengua rusa a la poesía y la narrativa, y abre caminos a los escritores siguientes, a los logros de Tolstói y Dostoievski.
P.: ¿Confronta a Tolstói y Dostoievski porque son los más grandes?
S. I.: Son complementarios. La grandeza de Dostoievski es inobjetable. En las clases me remito a lo dicho sobre él por Nietzsche, Freud, Virginia Woolf, Joyce que dice “la fuerza del deseo y la violencia que hay en sus obras son el aliento mismo de la literatura”. Una diferencia con Tolstói es que mientras Dostoievski escribe casi sin corregir, perseguido por los acreedores, Tolstói logra la soltura y perfección de “La guerra y la paz” tras corregirla siete veces. Sin el hacer de Dostoievski no podríamos comprender a Arlt, lector apasionado de “El hombre del subsuelo”, y con quien compartía la inmediata entrega de lo escrito. Arlt decía: quienes se dan el gusto de hacer estilo es porque tienen la vida económicamente solucionada.
P.: ¿Encuentra otras relaciones entre la literatura rusa y la argentina?
S. I.: La literatura no es una caja cerrada, todos establecen relaciones. Tolstói era devoto de “Los miserables” de Hugo, y Gogol de “Tristam Shandy” de Sterne. Yo relaciono a Pushkin con Esteban Echeverría, en el nacimiento de nuestra literatura y la rusa. A los 25 años Echeverría vuelve de Francia impregnado de romanticismo. Observa alrededor y entiende, como Puschkin, que no tenemos ni filosofía, ni literatura, ni lenguaje, y por lo tanto hay que fundarlo todo. El país estaba en formación. Escribe “La cautiva” en el canon romántico europeo, pero en nuestro paisaje. Poco después la realidad lo lleva a escribir “El matadero”, cuento fundacional de nuestra literatura. Pushkin hace lo mismo, abandona el romanticismo para contar aspectos de su tierra antes no dichos. Crea una lengua literaria a partir del habla del pueblo. También para España éramos unos bárbaros escribiendo. Hasta Borges arruinábamos el español. Como en Pushkin, en Borges está el mismo sentido fundacional, asumir y recrear el lenguaje propio, considerar, literariamente, la propia realidad, la historia propia.
P.: ¿Cuándo se sintió atrapada por la literatura rusa?
S. I.: A los 12 años, en Los Toldos, en la biblioteca de mi abuela, encontré el librito “Marido y mujer”, después supe que también está traducido como “Matrimonio”. Es un libro corto de los muchos que escribió Tolstói. Yo ni idea de quién era Tolstói. Me encantó la historia del mundo exótico ruso, de una pareja en una inhóspita zona rural, las pieles, la nieve, el trineo. Pasó mucho tiempo hasta que Abelardo (Castillo) me dijo: tenés 22 años lee “La guerra y la paz”, a Proust, a Thomas Mann, si no los lee ahora no los lees más. Me volví una lectora voraz. No solo de los rusos. He dado clases sobre los anglosajones, que me gustan muchísimo, sobre los miembros de Bloomsbury, Virginia Woolf, Eliot, la modernidad inglesa. Si los rusos me deslumbran es porque están íntimamente relacionados con la historia de su país. Sin escribir de política, vivían bajo una censura feroz, fueron portavoces de la liberación de los siervos, del fin de la esclavitud rural que llevaba tres siglos. Los fui conociendo a través del tiempo. Los primeros descubrimientos en la adolescencia fueron otros escritores, por ejemplo: Robinson Crusoe.
P.: Después de este tratado que lleva a conocer o redescubrir una literatura, ¿vuelve a la novela?
S. I.: Con “Antes que desaparezca” cerré la trilogía “Historia argentina”, compuesta por “La orfandad” y “El muchacho de los senos de goma”, ahora vuelvo a “la marca de agua” una novela que dejé empezada, la historia de mis bisabuelos, por el lado de mamá, que eran fabricantes de papel en Génova.
Fuente Ambito