A su paso por estas pampas, Charles Darwin conoció al brigadier Juan Manuel de Rosas, que estaba en campaña contra los indios, y charló largamente con él. Este es el germen de “Dos manzanas”, película de Eduardo Raspo que confronta asuntos de fe, ciencia, política, religión y salvajismo cubierto o manifiesto. La protagonizan Martín Slipak, Diego Cremonesi y Pilar Boyle como una cautiva. Dialogamos con Raspo:
Eduardo Raspo: Soy de Morteros, donde se siente el vértigo horizontal que decía Borges. Vine aquí, aprendí en la escuela de Manlio Pereira y la ENERC, hice todo el escalafón hasta asistente de dirección de Alejandro Doria, Carlos Sorín y otros, hice “Geisha”, obra singular que gustó mucho a críticos singulares como Diego Curubeto, y “Tatuado”, que en parte evoca mi adolescencia. Luego dediqué tres años a los seis primeros capítulos de la serie internacional “Historia de América Latina” y ocho al armado de un canal y una plataforma de contenidos nacionales.
E.R.: Era Incaa TV y plataforma Odeon, lo otro es maquillaje posterior. Hay una historia interesante. Alberto González, que empezó en Lumiton, se hizo pionero del cable y como tal llegó a recuperar el 40% de la producción nacional de la época de oro, y lo pasaba por Space, de su empresa Imagen Satelital. Después ese material se vendió al grupo Cisneros, con sede en Miami, de allí a Claxson, luego a Turner, que (gestión nuestra mediante) lo terminó donando al Incaa. Ahí también participé en el trabajo apasionante de restauración del material fílmico. Una vez desligado de esas labores, hice la serie “El loco de los huesos”, coproducción Incaa-Encuentro sobre Florentino Ameghino, y en 2022 mi tercera película, “Expuesta”, un documental sobre Andy Cherniavsky, la fotógrafa de los rockeros en los 80. Preparando lo de Ameghino supe del encuentro entre Darwin y Rosas. Creí que era una fantasía, pero es verdad, la cuenta el mismo Darwin en su “Viaje de un naturalista”.
P.: ¿Esa es la base de su nueva película?
E. R.: Pero imagino lo que él no escribió. Los temas de conversación, los chicaneos y las trampas de Rosas para saber si el otro era un espía inglés o un ateo impiadoso, las teorías sobre la extinción de esos animales enormes que una vez poblaron la pampa, así como pueden extinguirse los hombres fuertes y sus gobiernos. De esas charlas uno saldrá planeando su regreso al manejo de la provincia, y otro se irá pensando en la evolución de las especies. Creo que eso empieza a germinarle aquí, cuando ve los ñandúes, y no recién en las Galápagos, como suele decirse.
P.: ¿Darwin ya era ateo?
E. R.: Le mostré el guión a Guillermo Ranea, filósofo de la ciencia y profesor de historia de la ciencia y la técnica, que me hizo una devolución puntillosa de algunos detalles, por ejemplo, que en ese momento el naturalista ya no confiaba en la Creación según la Biblia. Yo lo ubico en una etapa anterior de su pensamiento, para darle más peso narrativo al choque entre la fe y la certeza que él estaba viviendo. Las dos manzanas de la historia universal, dice Rosas: la de Adán, y la de Newton.
P.: Usted imagina un Rosas muy letrado, hasta conocedor del “Ricardo III”, como se aprecia en una hermosa escena.
E. P.: Bueno, que conociera a Shakespeare, no lo sabemos. Los actores son muy convincentes. Siempre me gusta un texto bien escrito, y bien dicho por los intérpretes, como acá felizmente ocurre. Me propuse hace una película muy hablada, con algo de teatralidad, pero no teatro, porque los recursos cinematográficos tienen fuerte peso para crear ese clima casi de pesadilla que habrán sufrido los extranjeros en la noche, frente a un hombre manejador y enigmático y en medio de indios y soldados semisalvajes.
P.: Esa sensación se refleja en las pinturas que hace el acompañante de Darwin. Parecen goyescas.
E. P.: Ahí pensé en el estilo de Carlos Masoch, el último de los pintores tenebrosos, y en el escritor Eduardo Mendoza: “El campo es otra forma de brutalidad”. La ciudad tiene una forma y el campo otra. Lo describe como nadie el gótico campero de Silvina Ocampo.
P.: Hábleme de quienes lo asistieron en esta obra.
E. P.: Intérpretes, Martín Slipak, una flecha que siempre daba en el blanco, Diego Cremonesi, que hace un Rosas creíble, “vehemente, sensato y muy grave”, como lo describe Darwin en su libro, Pilar Boyle, del teatro independiente y además una amazona que ha cruzado los Andes a caballo, Luis Ziembrowski, Pepe Monje, Oski Guzmán. Para ellos escribió Enrique Cortés, que me acompaña desde “Tatuado”. Yo no podría estar mucho tiempo sentado escribiendo como él, ni tengo su talento.
Pilares imprescindibles, Hugo Colace, director de fotografía, que trabajó los exteriores y las enormes pantallas que hacen de fondo para las escenas hechas en estudio, Rodolfo Pagliere, extraordinario director de arte, Oscar Mulet, maquillador, Luciana Gutman, vestuarista que viene de la opera (y es un arte hacer que la ropa luzca deteriorada y devolverla al otro día como si fuera nueva), Alberto Ponce, montajista que pescó enseguida la idea, Martín Galimany, sonido y coproducción, Lui Piluso, que se define como paisajista sonoro, que hizo una música muy atmosférica junto a la banda de ruidos sugiriendo cosas horribles en la oscuridad de la noche. Los productores de Bellasombra (medio presupuesto se nos fue en esquivar o borrar cables, alambrados, silos y huellas) y los gauchos del lugar, entre Pipinas y Verónica, que nos dieron una mano enorme. Una lástima que no hayan podido venir a la premiere. Con esto de la encefalomielitis equina, lo importante era quedarse cuidando a sus caballos.
P.: ¿Por qué en esta película todos los personajes hablan castellano?
E. R.: Hubiéramos necesitado un año y medio de ensayos para manejar el juego del inglés, el castellano y el ranquel de esos tiempos. Entonces apliqué la lógica del imperio, es decir Hollywood: ¿vio que en sus películas todos hablan en inglés? Aún más, en inglés moderno. Así que acá todos hablan en castellano. Es una convención, pero solo al comienzo puede provocar algún distanciamiento.
P.: Claro, después uno se engancha con los temas. Y usted, ¿cuál manzana prefiere?
E. P.: Muerdo las dos. Una es amarga, la otra es dulce. Las dos alimentan.
Fuente Ambito