Luminosa nueva edición de la muestra Meet The Artists

Carminne Dodero y Darío Campidoglio presentaron la nueva edición de Meet The Artists. Esta vez con obras de los artistas Vicente Grondona, Nahuel Vecino, Juan Becú y Seba Báez dispuestas en el piso superior del flamante edificio de la GMC Valores, en el complejo corporativo WO Leaf Building que limita con la Villa 31.

Las pinturas de Vicente Grondona (1977) cobraron fuerza en el principio de este nuevo siglo. Su estilo muy vital lo distinguía. Sus pinturas realizadas con cloro, tintas y pigmentos, ostentan cualidades novedosas, en un campo donde la novedad ya no existe.

Los halos luminosos generados por el cloro y las anilinas configuran una imagen poderosamente mágica. Las ondas expansivas del color provocan un psicodélico mareo, y ni hace falta aclararlo, el espectador debe dejarse llevar por estas sensaciones para ingresar dentro del cuadro. En las pinturas actuales, las mareas del color rompen con la condición estática de la pintura, particularidad que proviene del pasado. En las obras de hace casi una década, las visiones alucinadas de Grondona, sus escenas nocturnas de los bosques, estaban inspiradas en los relatos de sus parientes hippies. El flower power causó su efecto: puso en marcha la imaginación.

Cuando en los circuitos internacionales predominaba el uso de los nuevos soportes tecnológicos, además del frío rigor conceptual, Grondona optó por afirmarse en la estética a través del oficio y una sólida labor manual. La crisis de 2001 en la Argentina tornó inaccesibles durante años soportes como los digitales y, más aún, las fabulosas instalaciones que inundaban un mundo ajeno, ese donde Damien Hirst sumergía en formol un tiburón de casi cinco metros de largo.

Cuando la economía de nuestro país comenzó a crecer, en el año 2006 la carrera de Grondona pegó un salto. Su taller quedaba en el barrio más canalla de La Boca, pero ya había encontrado un lugar confortable en Belleza y Felicidad. Y Fernanda Laguna presentó sus pinturas en el Malba. “Todo tiene que ver con todo”, fue la mejor exhibición del Espacio Contemporáneo. Al estupendo planteo de Laguna se sumó el talento de los artistas y la potente obra de Grondona que, con su vuelta a la naturaleza fascinó a los espectadores nostálgicos, ávidos de emociones.

Hoy, las líneas agitadas y de algún modo exasperadas, nacidas del delirio, palpitan en la serie de paisajes “nerviosos” y recuerdan las de Van Gogh. Sus vistas, como dice el artista, “giran alrededor de una tuerca ya oxidada llamada Impresionismo”.

Grondona evoca sin prejuicios y con la fuerza de un intuitivo un movimiento tan exitoso que se agotó en sí mismo. Fueron tantos los seguidores de esa escuela, que ningún artista que se considere contemporáneo osaría buscar elementos del Impresionismo en esa caja de sorpresas que es la historia del arte o, al menos, no lo haría con la soltura con que se explora el Barroco o el surrealismo.

De este viaje al pasado impresionista procede el encanto de los paisajes actuales. Hay un contraste dramático entre el impulso rápido y la energía que derrocha el artista para pintar el follaje de los árboles y la visión onírica que se abre en el centro de la obra como un espejismo. Y el contraste se reitera: el artista plasma el bosque tal como se ve, pero también está ese bosque que no vemos: el paisaje íntimo de su realidad interior.

Nahuel Vecino (1977) es un pintor cuya obra se destaca por la identidad tan especial de sus personajes. Acaso durante su estadía en la ciudad de Rosario conoció las obras de Raúl Díaz, “el pintor de las islas”, cuyos inmensos murales se encuentran en la Estación Fluvial. Las pinturas de Vecino están emparentadas con las de Raúl Díaz, los personajes de ambos pertenecen a una misma familia, poseen los rasgos marcados de los nativos.

“La obra de Nahuel es una obra de reflexión, de cuestionamiento, en donde uno puede pararse frente a sus rostros y preguntarse: ¿Qué le pasó a este personaje? ¿qué miran algunas de sus cabezas decapitadas? ¿o sus soldados? Son humanos, objetos o paisajes de aspecto inocente, aunque algunos estén en contexto de violencia”, se cuestionan en el texto que presenta la muestra.

Por su parte, las pinturas exaltadas de Juan Becú (1980) se destacan por las reminiscencias del romanticismo. Hay unas imágenes que tienden a volverse abstractas, como el ángel alado de color rosado que parece surgir de una fuente. Luego, los pájaros son un tema recurrente y ocupan un lugar privilegiado. Desde muy temprana edad Becú mantuvo la agilidad y el ritmo de sus pinceladas que, en la actualidad, han ganado una notable expresividad.

El misionero Seba Báez (1977) llegó a Buenos Aires como un genuino precursor de lo maravilloso, desde Candelaria, su pueblo, situado en las orillas del Paraná. El encanto de la tierra roja sobrevive en sus obras y descubre su belleza en las cerámicas que representan la vegetación y las flores de la selva. “La cerámica es reminiscencia de la infancia, cuando hacías piezas de barro ñaú (arcilla misionera). Reinvento la selva, colorida, exuberante y a la vez oscura”, observa.

Seba Báez logra sorprender con las delicadas cualidades de sus bordados. Allí mismo, en unos pañuelitos, las poéticas frases dejan a la vista una intensa sensibilidad. “Y si las lágrimas fueran flores?” El propio artista explica su arte: “Utilizo materiales textiles antiguos que, en general, fueron hechos por otras manos, que fueron amados por otras manos. Hay algunos con historias conocidas, y otras que las invento. Trabajo con materialidades de uso doméstico, ajuares bordados, servilletas, manteles y ñanduti antiguo. Estampo xilografías o agua fuerte y luego intervengo con bordados y ñanduti propios. Me interesa la circularidad de los materiales y el registro que deja el tiempo”.

Con las ediciones ya realizadas en la Fundación Pons de Madrid, el Centro Cervantes de París y la Galería de Arte SG del Hotel St. George Lycabettus en Atenas, Dodero y Campidoglio aspiran a posicionar sus artistas en la escala global.

Fuente Ambito

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