Los riesgos de la automedicación: una “solución mágica” en tiempos de crisis y con un gobierno que la incentiva

No tengo trabajo. El mes que viene toca renovar el contrato de alquiler. Tengo trabajo, pero el tsunami de despidos me tiene ansioso, preocupado, con pésimo humor; todo a la vez. Vivo pensando en plata: en la que me falta y en cómo conseguirla. Un nudo marinero en la espalda y el bruxismo, me dice la persona que duerme conmigo en las noches, peor que nunca. La luz me llega con 300% de aumento. Un nuevo mail de la prepaga. La psicóloga actualiza los honorarios. Adiós cita de cada miércoles. Necesito dormir, bajar, apagarme por un rato. Un blíster, un gotero, lo que sea. Gracias. Me salvaste la vida. ¿Tendrás algo más fuerte?

La automedicación en la Argentina no es algo nuevo, pero contextos como la actual crisis económica –fulminante para gran parte de la población– agravan el problema. Lejos de aportar una respuesta, la política de Estado de no intervenir, aun cuando lo que se ve afectada es la salud pública, permite el bombardeo incesante de publicidades de medicamentos de venta libre y la sobreinformación en redes sociales que legitiman y normalizan la propia prescripción.

Pero se sumó algo más: la liberación por parte del gobierno de sectores de medicamentos, como los prazoles, para que pasen de necesitar ‘prescripción médica’ a ser de ‘venta libre’. Su exceso, por ejemplo, puede generar mayor riesgo de osteoporosis o infecciones. Algo que ya advirtió el gobierno de Catalunya a la comunidad, al notar un aumento en su consumo, que es de los mayores de Europa: 120 dosis diarias por cada mil habitantes.

En la salud mental el problema se expone en primer plano. “Quiero destacar la presencia en los hogares de psicofármacos: esto no era así hace algunos años”, pide con gesto severo la psicóloga y docente Miriam Maidana.

Enseguida aclara el interés: “La automedicación viene en aumento sostenido desde hace varias décadas, sorteando todo límite durante el encierro producto de la pandemia. Lo que sucede en los tiempos actuales está ligado, en mi experiencia, a la búsqueda de una ‘solución mágica’ que no me responsabilice, sino que apague el síntoma. Por ejemplo, no puedo dormir porque no me siento bien con mis actividades, sean afectivas, laborales, estudiantiles, familiares, amistosas. Pero quiero solucionar solo el síntoma (en este caso que no puedo dormir) así que recurro a contárselo a algunas personas, quienes no dudarán en compartirme: ‘Tomá esto, a mí se me pasó enseguida’”.

La automedicación, otro signo de época

Maidana, con una extensísima experiencia en trabajo con personas en situación de vulnerabilidad, reconoce que el problema se agiganta por la época: sobreinformación de efectos de la medicación vía redes (sobre todo X, antiguo Twitter) y la falta de accesibilidad a tratamientos de salud mental: “Conseguir psiquiatría por obra social o en lo público suele ser dificultoso y las consultas privadas son inaccesibles para muchos”.

Para Raúl Mejía, jefe del Departamento de Medicina Ambulatoria del Hospital de Clínicas de la UBA, lo primero es distinguir entre la automedicación –donde la persona adquiere un medicamento de venta libre–, y la autoprescripción, que implica hacerse de remedios que debieran ser recetados como los antibióticos o los psicofármacos, y donde sin embargo “la gente los consigue de alguna manera y los toma como les parece”.

“El primer inconveniente de la automedicación –enumera– es que uno puede estar tomando algo que no sea para lo que le está pasando. Segundo, eso que está tomando puede estar enmascarando algún síntoma de otra cosa. El tercero es que la persona puede estar gastando dinero en un producto que no se ha demostrado que sea útil, como ocurre con los polivitamínicos; y por último, los efectos adversos que producen. Los antiinflamatorios, por ejemplo, pueden dañar el riñón y el estómago”.

Hospital de Clínicas.

Publicidad engañosa

Mejía confirma que “la automedicación es un problema de salud pública frecuente”, aunque reconoce que para él “hay más uso en la actualidad porque existe mucha más propaganda de medicamentos de venta libre”.

Si uno pone la televisión a las once de la noche –insiste, y se comprueba poniendo Canal 13– se va a encontrar con un aviso detrás de otro sobre antimicóticos, vitaminas, medicamentos para bajar de peso, para las alergias, miles de productos para ser más joven, más sano, más bello y la gente los consume, aún cuando la mayoría no tenga resultados científicos comprobados. Para mí es publicidad engañosa”.

En el mismo sentido opina Rubén Sajem, director del Centro de Profesionales Farmacéuticos Argentinos (CEPROFAR): “En estos momentos se agudizó la propaganda de los medicamentos en los medios masivos y se sabe que la gente de menos recursos es la que no tiene otro acceso a la información, entonces van a la farmacia y piden el medicamento que vieron en la televisión en vez de preguntarle al farmacéutico por su dolencia específica”.

Rubén Sajem.

El análisis de Sajem agrega que “este gobierno no hace la suficiente recomendación sobre los problemas de la venta libre; al contrario, promueve que los medicamentos de venta libre se comercialicen en cualquier lado: en kioscos, estaciones de servicio, supermercados. ¿Qué asesoramiento va a tener la persona ahí? En la publicidad no se mencionan los efectos adversos, se mencionan efectos de fantasía como por ejemplo acabar con el cansancio, pero no dicen que los analgésicos pueden producir gastritis”.

Con respecto al no rol del Estado en la automedicación, Maidana aporta que “no lo toma como un problema” y eso en cierta medida permite que “desde la tele al streaming, el consumo de clonazepam o Alplax está como legalizado. Y no genera ningún tipo de ruido, a una gran mayoría no le hace problema compartir tabletas o alguna pastilla con alguien que refiere no estar pasándola bien”.

Indefensión total

Maidana señala que no es la pobreza o la situación económica una variable “distintiva” al momento de explicar la decisión de automedicarse como lo es, en cambio, la “amenaza” de caída de eso que nos acostumbramos a nombrar como “clase media”: léase imposibilidad de pagar el alquiler, la renuncia a viajar en vacaciones, bajar de plan en la prepaga o enterrar para siempre el concepto de “darse un gustito”.

“Los pobres –explica Maidana– no añoran lugares que nunca tuvieron, pero sí es clave el deterioro y fragmentación de las redes: comedores cerrados, colegios expulsivos, pérdidas de posibilidades de ingreso de dinero cotidiano (las llamadas changas). Algo muy marcado en personas que recurren a la automedicación es también la dificultad de sostener lazos. Una señora me contaba que eran 12 hermanos que se veían siempre y que ahora los extraña porque no hay plata para viajar y verse”.

La psicóloga agrega en este conjunto de propensos a ingerir medicamentos sin prescripción médica a las personas en relaciones sexoafectivas tóxicas, a las que soportan el peso de maternidades adolescentes y del avance del bullying en los colegios. “Ingresan a tomar psicofármacos cada vez a edades más tempranas, aunque hay que diferenciarlo de consumos problemáticos de la adolescencia, donde el abuso de psicofármacos con alcohol, marihuana u otras sustancias está más ligado a evadirse, integrar grupalidades o cometer ilícitos”.

En cuanto a las clases medias, Maidana establece una clara diferenciación con la época pandémica, pico del consumo autodidacta, “donde florecían las tesis doctorales y los microemprendimientos motorizados por Instagram”.

“Las nuevas condiciones de mercado –concluye– los han agarrado en un estado de indefensión total: no pueden pensar proyectos alternativos cuando deben negociar un alquiler o son despedidos de sus trabajos. Si no hay entorno continente, ya sea familiar, afectivo o amistoso, no tienen recursos para autoorganizarse y quedan como congelados, vacíos. Así aumentan los síntomas de todo tipo, los trastornos alimentarios, el insomnio crónico, el corte de lazos, y también los consumos”.

Favorece la resistencia microbiana

En Argentina los antiinflamatorios, los antigripales y los antibióticos encabezan la lista de los más consumidos por quienes eligen no consultar con profesionales de la salud. “El uso de antibióticos y antimicóticos favorece la resistencia microbiana, y eso es un problema mundial. Está lleno de gente que dice ‘estoy resfriado, me tomo un Amoxidal‘, pero resulta que su cuadro es viral y no necesita ingerir antibióticos. El día que lo necesite de verdad, los gérmenes ya se habrán hecho resistentes y no le va a servir de nada”, explica Raúl Mejía, del Hospital de Clínicas.

El sildenafil (más conocido por el nombre comercial Viagra) es otra de las medicaciones que se suele utilizar sin consulta médica. Esta droga, enseñan los profesionales, no se debe alternar con ciertas medicaciones como, por ejemplo, los llamados nitratos en el caso de pacientes con algunas enfermedades del corazón.

La melatonina es otra medicación frecuentemente utilizada para dormir sin indicación médica, ya que es de venta libre. En muchos casos se suele tomar combinada con antihistamínicos, una mezcla que no es recomendable porque genera somnolencia, que se puede trasladar durante todo el día posterior.

“La melatonina, en realidad, es una droga que sirve para mantener el ritmo circadiano –remarca Mejía–. Pero en la mayoría de los casos, el insomnio se debe a problemas relacionados con la ansiedad o la depresión, el consumo excesivo de estímulos como la cafeína y el uso de pantallas, principalmente celulares y computadoras, que contribuyen a las alteraciones del sueño”.

«No hay que responsabilizar al paciente»

“Siempre hubo en Argentina un problema de automedicación y de uso irracional de los medicamentos. Evidentemente, se agrava en épocas de crisis; en la actualidad, mucha gente dejó de tener su prepaga y hay otras personas que, si pierden sus trabajos, dejan de tener obra social. Se sabe que los monotributistas tienen muy difícil el acceso a las obras sociales. Todo esto hace que la gente con problemas económicos no acceda a una atención médica. Cuando el paciente se automedica busca curarse y no hay que responsabilizarlo por eso. Como no tiene acceso a una atención médica adecuada, no tiene nadie que le informe del mal uso y de los riesgos”, reflexiona Rubén Sajem, director del Centro de Profesionales Farmacéuticos Argentinos (CEPROFAR).
El especialista también advierte: “Se supone que tiene que haber una política integral y campañas de educación pública, pero con el actual gobierno esto se va a agravar porque deja todo librado a la libertad de comprar medicamentos, y no se trata de cualquier producto. Tenemos que enfocarlo en la gente carente de recursos porque el que tiene plata puede pagarse una atención privada y comprar lo que realmente necesita”.

Fuente Tiempo Argentino

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