La Libertad Avanza (LLA) nació con vicios de origen. Antes que como un partido, se concibió como una persona. Solo una: Javier Milei, que fue asfaltando su camino a la Presidencia en base a su liderazgo carismático, a la conexión con demandas no resueltas y, claro, a un hartazgo social con todo lo anterior. Pero ese personalismo excluyente, por momentos avasallante, tiene su contracara: la institucionalidad y la división de poderes se basa en otros cargos electivos, y allí LLA hizo agua.
Ya en diciembre, las dudas sobre la tropa libertaria que accedía al Congreso se instalaron pronto. Incluso hubo espacios quebrados antes de asumir. Se trataba de un rejunte de personajes, en el mejor de los casos pintorescos, que ingresaron a las listas de la nueva fuerza sin experiencia, con pocos pergaminos y con baja cohesión entre sí. Se hizo de la necesidad una virtud. Se vendió como un muestrario de pureza anti casta, pero terminó siendo un dolor de cabeza.
Milei dejó hacer, estaba alejado de la micro política, abocado a otros menesteres globales y en lo local solo con la mirada puesta en sus objetivos económicos. Pero las derrotas legislativas, las peleas internas, la salida de legisladores de bloques de por sí escuálidos lo obligaron a intervenir.
Hasta acá, la política estaba en manos de su hermana Karina y de Martín Menem, silenciado en estos días por el desbande que generó la crisis de la salida de Lourdes Arrieta, a lo que siguió una denuncia por compras millonarias sin licitación de medicamentos para la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). También talla en las negociaciones José Rolandi, vicejefe de Gabinete Ejecutivo, quien llegó al Gobierno de la mano de Nicolás Posse. Tras quedar en la cornisa con la eyección de este último, Rolandi fue abrazado por Santiago Caputo, para operar desde su órbita. Todos esos liderazgos quedaron en discusión.
Pensamiento único
Las salidas de Arrieta y del senador Francisco Paoltroni, un dardo que impactó también en Victoria Villarruel, dejó un tembladeral, en el cual Milei debió embarrarse. Hace una semana, con una entrevista televisiva desde una tribuna amiga, de esas que lo hacen sentir tan cómodo que por momentos las declaraciones se convierten en pensamientos en voz alta.
Sobre el cortocircuito con la vice por su rechazo a la nominación del juez Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema, ensayó una defensa que conlleva peligros que pasaron desapercibidos: “Eso no es grave porque ella no vota, por lo tanto ella está dando una opinión personal que no tiene ningún impacto relevante sobre la selección de un juez de la corte”, expresó. En cambio, la posición de Paoltroni sí le resultaba molesta: “Él sí tiene voto y eso es una responsabilidad. Él no tiene ninguna chance de tener una banca si no hubiera estado pegado a una boleta en la que estaba yo”, agregó.
Milei necesita hacer equilibrio, algo que le cuesta lograr a todas luces. Está parado en la delgada línea que divide el orden de su tropa y el autoritarismo. Resulta llamativa la afirmación en prime time sobre el valor de la opinión de los otros. En el caso de Villarruel, no es relevante porque “no vota”. En el de Paolotroni, está obligado a pensar igual que su líder por haber integrado su boleta. Valga la aclaración que el senador siempre levantó la mano en sintonía con el bloque y con los intereses de la Casa Rosada. Le incomoda a Milei aceptar las divergencias: las diatribas desde las redes (ya sea desde su cuenta personal o desde el ejército de trolls) a quienes expresan opiniones que no le gustan, o los inusuales ataques a periodistas que no son condescendientes son ejemplos a mano.
Desde ya, la lealtad al espacio político es un principio que todos ponen en cuestión cuando el que se blinda es el bloque ajeno. La famosa frase de “el Congreso como una escribanía” altera principistas para hablar siempre de otros. Tal vez, la novedad en esta barrera a las divergencias es que se dan en nombre de la libertad, un contrasentido respecto a quien decía llegar “no para guiar ovejas, sino para despertar leones”. Los rugidos, ahora, que sean en mute. Inclusive, las opiniones.
En rigor, es cierto que la mayor parte de los legisladores de LLA eran perfectos desconocidos, y que sin el arrastre de la figura de Milei estarían en sus casas en estos momentos. De todos modos, es el juego. Así funciona para tantos otros cristianos que están en sus bancas por el hecho democrático de haber pasado desapercibidos en boletas esparcidas cuartos oscuros remotos. La cuestión será saber qué nuevos valores logrará atraer Milei a la aventura libertaria en 2025, si ya de antemano quienes sean tentados a integrar las listas saben que es pecado pensar distinto en hechos aleatorios, que ni siquiera son centrales al plan de Gobierno. Tal vez, su liderazgo solo admita liliputienses, nadie que corra el eje con argumentos plausibles.
Mientras tanto, Milei saca rédito de la polarización con Cristina Kirchner a través de peleas banales en las redes, despliega una agenda paralela a la de Villarruel, quien marca sus propias huellas, y espera que se calme la interna.
Pero cuando se apaga una, se enciende otra. Esta semana fue el bloque del Parlasur, con un papelón que recordó a aquella votación en la AFA que terminó 38 a 38 pese a que participaban 75 miembros. En esta oportunidad, el miércoles hubo un intento de desplazar a Patricio Villegas, cercano a Villarruel, como titular del bloque LLA. Se presentaron dos candidatos. La votación virtual era entre 11 voluntades… pero terminó 6 a 6.
La nulidad llevó a que Villegas se mantuviera en el cargo, aunque debilitado. Entre las particularidades: el voto misterioso vía WhatsApp de Alfredo Olmedo, el destituido presidente del Parlasur que desde su caída no volvió a pisar el parlamento regional y ahora está al borde de perder su lugar luego de tres faltas consecutivas. Si el salteño vuelve a ausentarse quedará fuera del Parlasur por incumplimiento del reglamento.
Gobernadores, señalados en el pago chico
La necesidad de contar con diputados y senadores afilados se da tras las tres derrotas al hilo en el Congreso de hace dos semanas. Pero para los próximos días, el Presidente estará ante nuevos desafíos que llegarán desde los recintos. El principal: la ley de financiamiento educativo que está al caer y que lo obligará a otro veto impopular, en medio de una crisis que deja en jaque a las universidades públicas. También se espera que el decreto que le dio fondos reservados a la SIDE termine de hundirse en el Senado, pero ya para ese entonces las partidas estarán ejecutadas. Será un tropezón más simbólico que fáctico. Asimismo, la oposición en Diputados comenzará un movimiento de pinzas para intentas revertir el veto al aumento de las jubilaciones.
Agenda cargada, en donde LLA necesita dejar de espantar a los propios, aferrar la mano del PRO y rogar que la oposición no acumule capital político para llegar a los dos tercios en ambas cámaras. Es una faena posible, máxime por una necesidad que empezó a hacerse carne en los gobernadores. Las mediciones que hacen los jefes provinciales en sus distritos los tienen maltrechos. Es que el problema de la recesión y los bolsillos flacos golpea en el interior más a los gobernantes de cercanía que a Milei.
Lo confesaron desde dos provincias a Ámbito, una administrada por el peronismo y la otra por Juntos por el Cambio. Las paritarias a la baja de los agentes del estado provincial y municipal por falta de fondos (motosierra en ATN, menos recaudación local y caída en coparticipación) le pega de lleno a gobernadores e intendentes. La voluntad de dar herramientas, en general a cambio de nada, se les está volviendo en contra en el pago chico. Lo mismo ocurre con la percepción de hombres y mujeres de a pie que perdieron el trabajo o que reciben menos asistencias. Nadie tiene bien en claro las competencias de jurisdicción, y el apuntado es el administrador de la cosa pública que está más cerca.
¿Cambiará a raíz de eso la ecuación en el Congreso? Es una posibilidad.
Fuente Ambito