El pop de los 90 reemerge en una gran subasta a beneficio

Las subastadoras de arte rara vez contratan un curador. No obstante, la casa Roldán, que mañana remata “Pop Extremo” con fines solidarios, delegó el trabajo de curaduría en Laura Batkis. Así presenta un remate con estilo.

Alrededor de 50 obras donadas mayormente por artistas emergentes con el fin de comprar equipos médicos para el Hospital Churruca Visca, integran la selección. Y el conjunto trae el recuerdo del arte de los años 90. El pop es el hilo conductor de la muestra. Pero la presentación revela un firme parentesco estilístico entre los artistas nacidos en las décadas del 80 y 90, con el arte juguetón que surgió en el Centro Cultural Rojas y el espacio Belleza y Felicidad.

Allí está el gusto por las manualidades y el collage, las expresiones de amor y dulzura, además de una iconografía relacionada con la infancia. “No hay una sola línea que agrupa a esta nueva comunidad de artistas, pero hay algunas características que comparten. La vuelta a la materialidad casi artesanal, la matriz lúdica de lo creativo y el color saturado que los liga al pop art. Un pop recargado de aparente ingenuidad que remite a los años 90 y al modelo de Belleza y Felicidad”, aclara Batkis.

La obra de Ana Clara Soler (1984) trae el recuerdo de una pintura de Marcelo Pombo, referente ineludible del arte bello y feliz de los 90. Un genuino salto generacional se puede establecer entre la pintura digital de Santiago Repetto (1987), y las chicas esculturales, íconos del erotismo, de Martín Di Girolamo.

En la vertiente “amorosa” figuran, el collage de Mia Miguita Superstar (1997) y las obras de Julieta Proto Boca (1996), Maruki Nowacki (1981), Cartón Pintado (1988), Marina Daiez (1992), Lautaro Fernández (1997) y Fantasy Dinasty (1995), para nombrar solo algunas. Hay una inmensa cortina de cristal de Manola Aramburu (1989), su “Brillante amanecer” con el sol despuntando en medio de las palmeras, se asemeja a los paisajes deliberadamente cursis de Javier Barilaro.

La pintura “El despertar de la empleada” de Fátima Pecci Carou (1984) al igual que la de Paloma Klenik (1997) y el dibujo de San Sebastián de Benjamín Felice (1990), se destacan por el humor y el citacionismo heredados de Alberto Passolini. Fernanda Kusel (1991) es eminentemente pop. Entretanto, la gracia de la escultura en cerámica de Catalina Oz (1986) ostenta afinidades con el pequeño zapatito de la Cenicienta, también de cerámica y modelado hace 20 años por Alejandra Seeber. El zapatito de Seeber reapareció hace unos días y se convirtió en una estrella de Malba Puertos. Su sola presencia inspira ternura.

Hace poco más de 20 años, el curador Marcelo Pacheco formó la bella colección de arte de los 90 del Malba. Fue el primer museo que compró un arte que era una rareza en el mundo y que los extranjeros no valoraban ni entendían. De hecho, el curador que sucedió a Pacheco, el español Agustín Péres Rubio, mandó, sin dudar, la colección completa a la bodega. No supo ver que tenía un tesoro en sus manos.

¿Deberían ser argentinos los curadores de los museos e instituciones culturales de nuestro país? ¿Cuántos curadores conocen el espíritu que animaba a los artistas de los 90? En este sentido, Batkis defiende la autonomía del criterio curatorial y aclara que no se somete a las modas de turno. “Me dedico al arte que me interesa”, sostiene. Así se separa de la obediencia casi generalizada y desdeña las consignas que llegan desde las bienales de Venecia, Documenta o San Pablo.

En una visita guiada por la exposición de Roldán, la curadora recuerda de modo muy concreto a Charles Saatchi, un magnate de la publicidad devenido marchand. Saatchi ganó fama cuando a fines de los años 90 compró con buen ojo y poco dinero las obras de los llamados Jóvenes británicos. Sus nombres ocuparon pronto los titulares de los diarios. Y había pasado muy poco tiempo, cuando el célebre tiburón en formol de Damien Hirst alcanzó el precio récord para un artista vivo de 22,4 millones de dólares.

En la lejana Buenos Aires, la cuidada presentación de Roldán aseguró la calidad de las obras y facilitó la selección. El beneficio para el Churruca comparte con los artistas el 50% del valor de la venta . En el catálogo, resultan evidentes los datos sobre las exposiciones y publicaciones de cada pieza, además de las galerías que trabajan con los creadores, como Constitución, Primor, Hipopoety, Cott, Moria, Herlitzka o Quimera. Luego, los emergentes están acompañados por creadores de mediana edad, como Cristina Schiavi, Juliana Iriart, Paola Vega, Nicola Costantino, Silvia Gurfein y Gachi Hasper. Además, los escoltan los ídolos del pop en los 60: Marta Minujín, Delia Cancela y Edgardo Giménez (con serigrafías).

Los precios de base comienzan por 300 dólares y predominan las obras que oscilan entre 2000 y 3000 dólares. La única excepción es la escultura de Juan Del Preta, el primer artista abstracto de la argentina que llega a los 6.000 dólares de base.

Fuente Ambito

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