Si los días se miden en partidos y los años se cuentan por Mundiales, ¿dónde estábamos hace 30 años? Un Estate Italiana sonaba aquí y sonaba allá; y para hablar entre allá y
acá, sólo el teléfono de línea. No se había inventando el celular, faltaban cinco años para que naciera Internet y casi una década para que Google solucionara todo. En el ’90, el fax era equivalente a la rueda y por ahí iban y venían las noticias de un mes inolvidable de cameruneses, bidones, tobillos maradonianos y Codesales sospechosos.
Alberto Fernández llevaba un año trabajando en la Superintendencia de Seguros; Cristina Kirchner, otro tanto como diputada provincial; Néstor Kirchner preparaba su candidatura a gobernador desde la intendencia de Río Gallegos; Axel Kicillof empezaba la Facultad; Horacio Rodríguez Larreta estrenaba su título de economista; Santiago Cafiero estaba en la primaria; y Sergio Massa militaba en la Ucedé, sin sospechar que sería suegro de Fernando Galmarini, quien aquel junio del 90 acompañaba a Carlos Menem a la inauguración del Mundial.
Cuatro días después, de regreso, Zulema Yoma veía la tarjeta roja que Menem le mostraba en Olivos. Bush padre gobernaba, igual que Mitterrand, Helmut Kohl y Andreotti, y Felipe González promediaba sus 14 años guiando a España.
La familia Messi juntaba australes para celebrarle el tercer cumpleaños a Leo, que ya andaba por el club Grandoli. Seinfeld la rompía. Ya estaba Susana. Siempre estuvo Mirtha.
Ya estábamos los que éramos, asistiendo a las desventuras de una Selección Nacional devenida en una Armada Brancaleone que de tan patética en su rendimiento y en su lucha contra las adversidades despertaba ternuras y adhesiones, cuando no llantos sobre la leche derramada.
¿Cómo lo dejó afuera a Ramón Díaz?, ¿Por qué no lo llevó a Corti, que Batista se arrastra? Pobre Valdano, el que dijo que nadó y se ahogó en la orilla. Y pobres nosotros, todos, haciendo fuerza por un imposible que casi se hace posible si Codesal hubiera visto el penal a Calderón antes del de Sensini a Voeller.
Fue un Mundial de poco juego y mucho show. El que adelantó la globalización y la conversión del deporte en un espectáculo, mutación ratificada dos años después en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Fue lo que fue y somos los que quedamos. Sin nostalgias. Sólo testigos.
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Clarín
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