Un bloque de la tribuna principal del Vicente Calderón es el único vestigio que aún resiste en pie de lo que hasta mayo de 2017 fue el hogar del Atlético de Madrid,
el estadio en el que decenas de generaciones aprendieron que la vida se vive «partido a partido» y que «nunca hay que dejar de creer». Mensajes interiorizados y transmitidos de padres a hijos en noches como aquella de finales de octubre de 1993 en la que los rojiblancos se marcharon al descanso derrotados 0-3 ante el Barcelona, aunque el Paseo de los Melancólicos, añorado ahora por tantos colchoneros, acabó transformado en un improvisado escenario festivo (4-3). La desaparición del Vicente Calderón, agónica, será definitiva mañana, pero el recuerdo de este estadio en la memoria colectiva atlética es ya tan eterno como las imágenes de ídolos que como Luis Aragonés, Gárate o Futre corrieron por su resbaladiza hierba. Las excavadoras han mutado el paisaje de un barrio y el sentimiento de numerosos vecinos que añoran la alegría que contagiaba la familia colchonera y la ausencia de lo que fue un emblema del fútbol durante más de medio siglo. Como a los viejos amigos de grada, también se puede echar de menos a un estadio y la nostalgia invade a aficionados incapaces de volver a caminar a orillas del Manzanares desde la mudanza del Atlético. «En invierno el frío era tremendo, yo llegué a ver un día hogueras en la grada cuando era toda de cemento. Cada día me acuerdo de él», recuerda uno de ellos a ABC. Otros atléticos prefieren acudir a la última despedida, aunque el latido del Vicente Calderón no se apagará nunca porque ya es eterno. Un hincha con la camiseta del Atlético observa lo que queda del Vicente Calderón – José Ramón Ladra
Fuente La Razon: