“No aflojen que nos queda un ratito así de cuarentena” animó, y casi suplicó, Alberto Fernández mientras caminaba por las calles de tierra de Villa Jardín, en Lanús, una barriada como
tantas del conurbano, pobre, de empleos inestables o informales.
Saludó y repitió, como un mantra, que se cuiden y cuiden a “los abuelos”, la nueva obsesión presidencial sobre todo desde el viernes negro del amontonamiento en la cola de los bancos. Cuando la crisis escampe, soplan a su lado, aplicará las sanciones que en una coyuntura crítica no puede. Veremos.
Fernández, fuera de agenda, caminó el jueves por Villa Jardín, cerca de Villa Caraza, a unas cuadras del barrio de Los Italianos, escenario de “Los Otros” el libro en el que Josefina Licitra hace una postal cruda y cercana del conurbano. O de los conurbanos.
La villa que recorrió, luego de visitar un hospital de campaña, expresa lo que en el mapa de Olivos causa varios temores: familias numerosas, subsistencia con el día a día. Ahí, le dicen los intendentes al presidente, el Estado llegó y está.
El fin de semana, Alberto habló con intendentes y ministros para sondear percepciones y juntar información. Escuchó dos versiones: los que dicen que “el conurbano no soporta 15 días más de cuarentena” y los que le trasmiten que no hay clima levantisco.
Fernández descansó en una especie de informe in voce que le hizo Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas e intendente (con licencia) de San Martín, enlace con los curas villeros, quizá el tester más puro del clima en las villas.
El presidente se largó a caminar invitado por Diego Kravetz, un dirigente porteño que formó parte del albertismo cuando Fernández era jefe de Gabinete, y que hace años es mano derecha del macrista intendente de Lanús, Néstor Grindetti.
De esa recorrida salió una orden: Fernández hizo llamar a la ministra de Vivienda María Eugenia Bielsa para que reactive la obra para terminar 350 viviendas a las que le faltan, apenas, detalles para ser entregadas.
Forman parte de las casi 2000 que detectó Bielsa y que, según el informe oficial, extrañamente no se terminaron en tiempos de Mauricio Macri. Al costo social de no habitarlas, se sumó otro costo: los millones de pesos gastados en seguridad privada para evitar que las intrusen.
A pesar de la recomendación de reducir al mínimo los contactos y la decisión personal de no usar barbijo, Fernández tomó el hábito de salir de Olivos. “Quiere ver lo que pasa, no se compra lo que le dicen” explican a su lado. Todas flores para Fernández.
De lo que recorre en los registros in situ, el presidente toma decisiones y saca ideas. En Lanús charló largo con los profesionales médicos y repite, ahora, cuál es la vara para medir cómo será el tenor de la cuarentena hacia adelante.
Hay un indicador clave: la cantidad de camas de terapia intensiva que están siendo usadas al día y cuántas, de todo el sistema, están disponibles para atender eventuales picos en la cantidad de casos.
“Si veo que aumentan los casos críticos y hay riesgo de saturar las plazas de terapia intensiva, volvemos a cerrar todo y si tenemos que endurecer más, lo hacemos”, avisó el presidente.
Lo conversó en la semana con Cristina Kirchner, que volvió a Olivos después de semanas, condicionada por la cuarentena que tuvo que cumplir tras su regreso de Cuba.
El Kirchner que aparece por la quinta presidencial más seguido de lo que trasciende es Máximo Kirchner, que hasta tuvo una silla en la mesa larga que se armó el jueves 2 de abril para el festejo del cumpleaños 61 del presidente.
Llegó con Eduardo “Wado” De Pedro y estuvo las casi 3 horas que, entre asado y sobremesa incluida, duró la juntada. Estuvo, además, Estanislao, el hijo del presidente, y la superpoderosa María, la secretaria histórica de Fernández.
El presidente sigue el monitoreo de la infraestructura hospitalaria, en cuyos aprestos el tiempo, en teoría, juega a favor, porque a medida que pasan las semanas se van agregando, por distintas vías, más plazas de UTI (unidad de terapia intensiva) y se hace más robusto el sistema para atender casos.
Pero escucha quejas por el reparto de respiradores, que centralizó Salud, y falta de protocolos para actuar si se produce el temido pico crítico.
Por eso, aunque analizará distintos rubros y sectores, la flexibilización que arranca el lunes será mínima, casi simbólica, con la obra pública como principal actividad que volverá a funcionar.
Hasta ahora solo están activas las obras dentro del programa de emergencia sanitaria. Desde el lunes, comenzarán trabajos de distinta dimensión, siempre con protocolo rígido. Pero ese cambio modificará el volumen de gente que circulará por las calles.
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