La Argentina de la cuarentena infinita vuelve a ser un perro que se muerde la cola y practica el ejercicio de la suposición contrafáctica para justificar todo: si de ese modo
que no sabemos (porque no ocurrió) seguro salía mal, de este modo en que lo hacemos seguro que sale bien. Y a otra cosa mariposa.
Una lectura lineal y brutal de lo que estuvimos escuchando en la semana sería algo así: los muertos son del virus pero a los vivos los salva el Gobierno. Cada caso positivo es del virus y cada “salvado” es del Gobierno, que nos pone a resguardo de la pandemia. Lo que aparezca arrasado tras la cuarentena lo arrasó el coronavirus y entonces al Gobierno sólo le queda la reconstrucción.
El virus será culpable de las pandemias del desempleo, la inflación, la parálisis productiva y el hambre.
Quizá por eso haya que empezar a asegurarse la soberanía alimentaria con una empresa cuya principal producción es el biodiésel y el alimento para chanchos: no hubiera servido para evitar los sobreprecios en Desarrollo Social apenas comenzaba la asistencia por el coronavirus en el conurbano. Pese a los enormes volúmenes de compra, el Gobierno todavía no tenía soberanía para conseguir fideos más baratos que en el supermercado.
Si este Gobierno nos salva, con el de Macri moría más gente. Incomprobable, pero lo dijo el jefe de gabinete.
La pandemia le dio al Presidente una presencia individual de peso en su Gobierno de doble comando, pero a medida que afianza su soberanía sanitaria entra en otras batallas. El tiempo dirá si cultiva el don de la concesión.
La expropiación de una empresa de alimentos es un estandarte para el recurso de barricada en el país donde no sobran recursos. El Estado tendría una deuda privada cuando no terminó de pagar los bonos de la asistencia social: los mil millones de dólares que debe Vicentin equivale a un bono de 10.000 pesos para 10 millones de personas. ¿Es necesario?
El Presidente calculó bien que le dirían que ahora somos Venezuela y otros infiernos y calculó mal que los santafesinos estarían encantados con la expropiación. No hubo manifestaciones de alegría sino de protesta (más de 2.000 personas salieron a abrazar la planta de la empresa) y una amenaza de ruptura en el gobierno provincial de Omar Perotti: el ministro de la Producción -que representa a un sector de peso- dijo que él estaba en contra de la expropiación.
Ahora hay un recálculo en Olivos para encauzar el tema en la Justicia y ver si se evita el temido escenario de otro voto no positivo en el Congreso: difícil que los diputados santafesinos y cordobeses voten la expropiación.
Está claro que la sombra y la figura de Cristina marcarán todo el gobierno de Alberto, que aclaró que la idea de Vicentin fue suya y no de ella.
La aclaración oscureció: ¿alguien imagina a Alfonsín, Kirchner, Cristina o Macri teniendo que aclarar que la decisión que tomaron era de ellos y no de sus vices Víctor Martínez, Scioli, Boudou o Gabriela Michetti?
Es complicado que Boudou haya anticipado 24 horas el anuncio presidencial de la expropiación -como contó Nicolas Wiñazki en Clarín-, porque demuestra que ese doble comando tiene un ala autónoma del lado de Cristina no sólo activa, sino en expansión y con lazos intactos con personajes como el ex vice condenado por otra expropiación para fabricar billetes.
Berni -que ayer posó con un fusil en la mano- lo repite cada semana, provocando al Presidente: la que conduce es Cristina.
El pico de contagios sube -récord con más de 1.200 casos en un día- junto a una renovada tensión política y social.
Y el fútbol sigue ausente pero regresó un clásico: ya hace un mes que volvieron los crímenes durante asaltos violentos, otra vez, en el sufrido conurbano bonaerense.
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