Alguien dijo una vez que un estadio vacío era un esqueleto de multitudes. Tal cual. Con el mismo tono triufalista con el que se nos ha ido explicando la
propaganda en estos meses atroces, ahora se dice que el regreso del fútbol ha de hacer feliz al aficionado, cuando lo que se sospecha, y lo que se siente, es más bien lo contrario: es el aficionado, por serlo, el que debe rechazar este sucedáneo al que llaman fútbol de la nueva normalidad. Sin público se percibe su realidad intrafutbolística, su sonido. El fútbol, sin público, suena a reyerta. Parece que están matando a alguien en la banda y que el entrenador llama a la guardia civil. Suena a pachanga hipervitaminada. Ese sonido inicial, de entrenamiento euforizado en el que el entrenador quiere hacer él solo de entrenador y de público, fue lo más llamativo en un inicio en el que quiso presionar el Betis para imponerse luego la dominación sevillista, que buscaba sobre todo a Ocampos, el mejor. Suyo fue el tiro al palo, una de las mejores ocasiones de la primera parte. De Jong tuvo otra a pase de Munir. Todas del Sevilla. En este nuevo fútbol al entrenador solo se le deja de oír, el entrenador solo deja de gritar cuando un jugador conduce la pelota, cosa que sucede ya muy poco. Se produce ahí un instante balsámico y dulce en que se callan. El fútbol es un ir y venir de presiones sucesivas que si son feas de normal, aun suenan peor el fútbol mondo y lirondo del estadio vacío. Por fin sabemos cómo suena la famosa “intensidad”; suena a jaleo, a gritos, a apoyos y a atropellos. Pero de repente, antes de un córner, algo de sentido: -¡Agresivos! ¡Agresivos! Queríamos escuchar en Lopetegui el “mucho, mucho” de nuestros entrenadores infantiles, pero sólo oíamos una voz desgarrada. ¡Táctica hecha vocerío! Galimatías de flechita hecho agonismo puro incomprensible. La televisión, culpable, habilita una solución. Poner el partido con una grada coloreada y un ruido de afición artificial. El fútbol virtual sin tapujos. La sustitución del aficionado por una grada tecnológica. Más que remedar el fútbol clásico, este fútbol pandémico nos muestra lo que puede ser el futuro (¿DJ-grada en los estadios? Posibilidad muy florentinesca). Por ello, si algo de positivo puede tener esto es demostrar lo insustituible de la pasión del aficionado, que el forofo es tan importante como la pelota, que el grito, la pasión, el desequilibrio, la politización y el cántico del que paga la entrada es la materia principal del fútbol. Todo lo que sean innovaciones o colaboraciones con la televisión es traición al deporte y alejamiento de su esencia. Este fútbol pandémico no tiene de raro solo el aislamiento. También piensa aún más en el futbolista, permitiendo cinco cambios e introduciendo “pausas para la hidratación”. Interrupciones constantes y atmósfera de videojuego, una especie de fútbol americano a la europea, pedestre y socialdemócrata. Se fue viendo que el fútbol está hecho de gritos, que es algo que habíamos olvidado, pero son unos ruidos que no debemos escuchar. Es como el sonido interno de una conciencia, como un sonar de tripas, como los borborigmos de un motor. Eso no interesa. Son los ruidos intestinales del fútbol. Mejor que este plumilla resumió la primera mitad el castizo aficionado Toñín el Torero: «Esto es como tener una novia en Singapur. Ni chicha, ni limoná». Éramos pocos e intervino el VAR, televisión sobre la televisión. Alejamiento aún mayor. Mateu consultó un penalti cometido por el Betis. Bartra saltando sobre De Jong. Los ha habido más claros. Marcó Lucas Ocampos y en el campo sonó un gol como de playstation. Pese a las protestas béticas había justicia en ese gol. El Sevilla había dominado y remató poco después con un bonito gol: saque de esquina con trazas de haber sido ensayado, toque de Ocampos de medio tacón y remate de Fernando. El Betis tenía que reaccionar y la megafonía anunció más cambios (¿a quién? ¿por qué?). El Sevilla respondía con Banega, «tener más la pelota» que diría monotemático el comentarista «Maldini» (echaremos mucho de menos a Michael Robinson que tenía, siendo inglés, más vocabulario). En la megafonía pegando gritos se resume parte de este sinsentido. No es solo que no haya gente, es que se trata de llenar ese vacío con “normalidad”. Jugaron bien los centrales del Sevilla, muy seguros, y solo hubo una ocasión clara de Loren tras jugada de Láinez. La segunda parte estuvo llena de interrupciones y cambios. Algo insoportable. Lo único constante eran los gritos de Lopetegui. Era un diálogo entre Lopetegui jaleándolo todo y el de megafonía anunciándole a nadie cambios y más cambios. ¿Quién ha ideado esto? ¿Quién considera que esto pueda interesar a alguien? Cuando el fútbol de verdad regrese, al aficionado hay que pagarle y agasajarle. Los futbolistas, divos absurdos, tienen que agacharse como ante el Black Lives Matter. Incluso la pelota parece un objeto ridículo y sin filosofía si no hay gente. Este fútbol tiene su aburrimiento nuevo y además conserva lo previsible del fútbol anterior. Por eso a nadie sorprendió que ganara el Sevilla. La guasa consiguiente de los sevillistas será administrada durante los próximos meses. Y si se piensa en ello, en esa guasa sevillana con distancia social, el partido de repente adquiere sentido. Cobra forma normal, recuerdo, proporciones. Porque aparece la gente.
Fuente La Razon:
https://www.abc.es/deportes/futbol/abci-sevilla-betis-liga-santander-202006112138_directo.html