El 21 de septiembre se erigieron fronteras invisibles en la Comunidad de Madrid. Durante dos semanas, la región se fragmentó en zonas básicas de salud, con los puntos calientes —la mayoría, concentrados
en el sur—, marcados en rojo. Pero desde el pasado viernes las áreas sanitarias han quedado descartadas, siguiendo los criterios del Ministerio de Sanidad, y ahora hay diez municipios cerrados, con más de 100.000 habitantes y más de 500 contagios en los últimos 14 días. Las barreras, no obstante, siguen en pie. Carlos Soler y Óscar Molinete comparten rutina y un muro intangible. Ambos acuden a diario a sus respectivos bares, separados por la calle de Irlanda, una pequeña vía que desemboca en la avenida de Europa, la enésima frontera levantada por la última orden sanitaria. Dos locales, dos ciudades, Madrid y Pozuelo de Alarcón, y dos escenarios. El pasado martes sus dueños se presentaron formalmente; sin apretón de manos, choque de codos. «Para la que está cayendo no me puedo quejar», reconocía Carlos, de 39 años, el afortunado. Su taberna Entretrés, que este verano cumplió una década, se ha librado de las restricciones, al pertenecer a Pozuelo de Alarcón, municipio con 86.422 habitantes y una tasa de incidencia acumulada del virus de 511,44 nuevos casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. Apenas unos metros y un paso de peatones someten a Óscar, de 35 años y regente de La Roca, a las nuevas limitaciones de horario y aforo. Su negocio, desde hace tres años, es territorio capitalino y corresponde al distrito de Moncloa-Aravaca, con 121.683 personas empadronadas y una tasa de incidencia de 584,50. El pasado fin de semana empezaron las diferencias. «Lo hemos notado, a favor», confesaba Carlos. Huida a zona «libre» En las primeras 48 horas de restricciones, los clientes abandonaron el pedazo de la avenida de Europa «confinado» —unos pocos cientos de metros en una vía de 3 kilómetros— para comer y beber hasta las 01.00 horas en zona pozuelera. «El fin de semana aquí está muerto, ahí está lleno», corroboraba Jorge Luis Reinoso, empleado en La Vivaracha, otro de los locales afectados, no muy lejos de La Roca. Con todo, los vecinos de Moncloa-Aravaca que cruzaron la frontera incumplieron la orden sanitaria, que restringe la entrada y salida de los diez municipios marcados salvo por motivos laborales, médicos y otros indispensables. «Yo tampoco me voy a poner la soga, no voy a pedirles el DNI», confiaba Carlos, sobre la clientela que recibió el fin de semana con los brazos abiertos. A unos pasos, aunque todavía es pronto para hacer previsiones, La Roca se prepara para cambiar su «modus operandi». «El domingo no trabajé nada. Vamos a ver cómo va la semana, he adelantado una hora la apertura, al mediodía, y tengo la cocina abierta por las tardes. Tendré que reestructurar, los viernes y sábados el segundo turno empezaba a las 22.15 horas», explicaba Óscar. Como su competidor más cercano, ha recuperado a todos los trabajadores del ERTE, pero su situación es más delicada: «No puedo echar a nadie en seis meses y si estoy facturando la mitad no puedo tener la misma plantilla. Con el 50 por ciento de aforo, entre un camarero y yo servíamos». Restricciones «absurdas» La zozobra de las administraciones a la hora de tomar decisiones para doblegar la curva ha sembrado malestar y confusión entre estos pequeños empresarios. «Cada día salen normas nuevas. Es incoherente total. ¿Qué pasa que a las 23 horas ya hay bicho?», espetaba Óscar. «La solución es la concienciación personal. Ahora hay una guerra política, nos ha pillado en medio. Si se hace así tendremos que acatarlo, pero me parece absurdo», opinaba, aun saliendo beneficiado, Carlos. «Absurdo», «ridículo», «complicado»; adjetivos utilizados a menudo durante los últimos días para referirse a estas restricciones que diseccionan la región y perjudican a unos más que a otros. El fin de semana se cancelaron 75.000 cenas solo en los bares y restaurantes de la capital, con un impacto de 8 millones de euros, según informó la asociación Hostelería Madrid. En toda la Comunidad, las reservas cayeron un 70 por ciento, como estimó la patronal de empresarios Ceim. «No hago cálculos porque me da un miedo tremendo, los gastos son los mismos», señalaba Carlos, que factura entre el 60 y el 80 por ciento de lo habitual. Con o sin restricciones, las consecuencias de la pandemia no hacen distinciones.
FUENTE DIARIO ABC: