Mi querido Joaquín Castellví, empresario, compró hace años el cuadro de una brillante pintora iraní en el que se ve una casa en ruinas. Lo puso en la entrada de su oficina
para recordarse -y recordárselo a los que con él trabajan- que todo puede destruirse si no lo cuidamos. Estas ruinas las encarnó Busquets, en su geriátrica incapacidad en el primer gol del minuto 3 que logró Williams, pero las encarna sobre todo el Barça en su conjunto: el equipo y un club que no sólo no tiene garantizada su continuidad tal como lo conocemos sino que lo más probable es que en menos de un par de años sea propiedad de Goldman Sachs. Fueron muchos años de tensión, de esfuerzo, de talento, de resistencia. Y ha bastado muy poco tiempo, y muy pocos necios -aunque lo son mucho- para causarle un estropicio del que sólo un milagro podrá salvarle. Pedri empató en el 14 pero su obra de arte la hizo anoche en el 38 creando de la nada y con sólo pisar el balón el gol con el que Messi adelantó al Barça. Pese a la momentánea victoria, el naufragio es el signo de este club, descontados los destellos de brillantez, que naturalmente aún tiene. Por ello a la ruina hay que mirarla a la cara, siempre. A mi amigo Joaquín le va bien porque es intuitivo y es inteligente, pero también porque sabe por dónde se rompen los juguetes. Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, se debían de poner, en su oficina, el cuadro de un burdel, y así desmontaron pieza a pieza lo que parecía una estructura eterna y vaciaron las arcas de un club acostumbrado al éxito mundial y al superávit. A la misma hora del encuentro, partidarios del presidente Trump asaltaron de un modo intolerable el Capitolio para impedir la ratificación de las elecciones. También la democracia es frágil, y la libertad, y estas penosas demostraciones nos acercan peligrosamente a dialécticas totalitarias que son un insulto, y una amenaza, al país más libre del mundo. Trump ha sido un magnífico presidente, tal como el Barça fue un gran club y tuvo un magnífico equipo, pero él se está convirtiendo en su mayor y único enemigo y en el destructor de su legado, alentando a los brutos en su acecho a la democracia. Lo mismo el Barça: sus enemigos más letales no han sido ni el Madrid, ni los árbitros, ni ningún «elemento», sino sus propios dos últimos presidentes, y los socios inframentales que, sabiendo cómo eran Bartomeu y Sandro, porque se lo explicamos, igualmente les votaron. Es importante que todos dediquemos un tiempo a ver los partidos que al Barça le quedan hasta final de temporada. Es importante como lo es el cuadro de las ruinas. Hay que ver esta miseria y pensar que hace sólo 5 años ganamos el triplete. Sólo 5 años. Basta con muy poco para destruir lo que ha tardado décadas en cimentarse. Incluso en los mejores momentos que el Barça tuvo en la primera mitad, era todo tan raquítico, y tan humillante la tentación de conformarse con aquello -¡con lo que fuimos!- que las ruinas se contemplaban de de fondo con perfecta nitidez. El Barça empezó a deambular por San Mamés sin ser capaz de concretar su dominio. Enésimo recital de impotencia y fraude de Griezmann, hasta que Messi remachó el 1 a 3 batiendo por arriba a Unai Simón. Justo en aquel momento comparecía el presidente electo Biden para pedirle al presidente Trump que mandara retirarse a su banda de fanáticos. Yo que he defendido siempre a Trump, sentí una vergüenza difícil de apaciguar, porque si por algo tiene sentido el todavía presidente es porque hasta hace poco defendía los valores del país que anoche decidió atacar del modo más impresentable y antiamericano. El Barça, pese al buen resultado, y a que Messi (2 goles y 3 palos) pareció despertar -aunque le regaló el segundo a Muniain- de un oscuro hechizo, es en este momento cuatro cañas puestas en cruz y lo mismo puede hacer lo de San Mamés (pasable, sólo pasable) que la agonía de Huesca o el ridículo contra el Éibar. Todo es tan blando, tan poco pensado y tan huérfano de idea, y ya no digamos de proyecto, que el único destino son las ruinas, y por no querer verlas.
Fuente La Razon: