Aznar como bestia negra del catalanismo fue la propaganda de Esquerra contra lo que fue Convergència i Unió. Aznar contribuyó a este relato cuando dejó el poder, con su resentimiento, su mal
carácter y su mala educación. Pero fue el presidente más catalanista de cuantos han ocupado La Moncloa. A petición de CiU, abolió el servicio militar obligatorio, desplegó los Mossos como policía de Cataluña y permitió que la Generalitat participara en la recaudación del IRPF. Nunca un presidente hizo tantas concesiones, y por supuesto jamás se le ocurrió palabra contraria a la inmersión lingüística ni a ningún otro tema sensible para el catalanismo. Joan Laporta es independentista pero nunca fue un presidente que tomara decisiones políticas en lugar de deportivas, ni que utilizara al Barcelona para promocionar sus opiniones. Sólo cuando dejó el club se dedicó durante algunos años a la política, pero su legado como presidente fue el mejor de todos los tiempos y nunca nadie había conseguido tantos títulos ni una estructura deportiva que de un modo tan profundo deslumbrara al mundo entero por su eficacia y su capacidad para crear precisión y belleza. Laporta fue capaz de impulsar no uno sino dos proyectos deportivos. El que lideraron Rijkaard y Ronaldinho, y el de Guardiola y Messi. Cuando Laporta fichó a Pep fue acusado de perturbado y tuvo el mérito de atreverse a hacerlo habiendo justo superado, por los pelos, una moción de censura. Casi media junta le había dimitido. En las fechas previas a que la contratación de Pep fuera anunciada, un querido amigo de Jan, sufriendo por su delicada situación institucional, le dijo: «Ficha a Mourinho, que por lo menos te asegurará los resultados y un final de mandato tranquilo». Es cierto que el técnico portugués se estaba ofreciendo al Barça, año 2008, a través de su representante, Jorge Mendes. Pero Laporta fue inequívoco respondiendo a su amigo: «Mira, si en el mundo quedara un solo entrenador y fuera Mourinho, el Barça jugaría sin entrenador». Laporta ha tenido siempre una idea muy clara de lo que el Barça tiene que ser y cómo tiene que serlo. Es una idea de fútbol total, de club total y de liderazgos indiscutibles. Es una idea de poder. De poder también total. En el terreno de juego, teniendo el balón y marcando el ritmo. En los despachos, recreando la institucionalidad, nunca quejándose, siempre trabajando y aprovechando cada vínculo, cada oportunidad. Con él fue la única vez que el Barça, como equipo y como club, encarnó y ejerció este poder. Los que le dicen que politizó el club lo dicen porque durante aquellos años no mandaron ellos. ¿Politizar? Todo es política. No hay nada más político que el fútbol. El único problema de la política, como el fútbol, como la vida, es cuando pierdes. Laporta se ha hecho mayor, ha aprendido de sus errores, lo que los hombres perdemos en fuerza cuando pasan los años, él lo ha ganado en intensidad, y su idea del fútbol, y de la vida, no sólo permanece vigente sino que se ha demostrado mejor, y más bella, que cuantas se le han intentado oponer, y que han sumido al Barcelona en la bancarrota, la delincuencia y la tristeza. En 2003 se encontró un club alicaído, devastado, la sensación de que habíamos perdido el tren de la historia y nadie tenía una idea de qué podíamos hacer. Los éxitos no se demoraron y un Barça que estaba por debajo del suelo emergió para reinar en España y en Europa, legando a la posteridad el mejor fútbol de todos los tiempos. La situación que ahora va a encontrarse va a ser diabólica. No sólo el Covid ha hundido la economía del Barça, y el nuevo presidente se equivocaría en igual medida si se dejara llevar por el odio a los salientes que si no auditara minuciosamente sus cuentas, de las que cuesta mucho creer que no se deriven responsabilidades penales. En lo deportivo, animados por el regreso de Laporta al club, Koeman y sus jugadores empezaron contra el Sevilla a reaccionar y hoy ningún culé da la temporada por perdida. «Y en París –Jan me lo decía ayer– sólo nos han pasado cosas bonitas».
Fuente La Razon: