Sin procesiones y con iglesias vacías por la pandemia, Sevilla vive una Semana Santa inédita

Este Viernes Santo, en Sevilla, La Macarena no se asomó para dar consuelo a sus fieles. No se dejó besar ni tocar el manto verde bordado en dorado.

Tampoco

salió de madrugada en procesión, desde su iglesia del barrio de Triana, del otro lado del puente que abraza el Guadalquivir, el Cristo del Cachorro, esa talla de madera de Jesús sufriente que en días como éstos hace llorar hasta a los andaluces más recios.

En la era covid, el luto por la muerte de Dios hecho carne vació las calles de Sevilla de procesiones: es el segundo Viernes Santo sin más de un millón de devotos desbordando la ciudad cuya Semana Santa, una de las más sentidas y conmovedoras de España, fue declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.

El año pasado, en plena cuarentena rabiosa ante la primera ola del Sars-Cov-2, la muerte y resurrección de Cristo pareció dolerle menos a los sevillanos porque nadie pudo salir de casa.

Hoy, aunque siete de cada diez andaluces ya fueron vacunados contra el coronavirus y la región superó el medio millón de infectados desde el inicio de la pandemia, las restriccionesimpiden la circulación de españoles entre comunidades autónomas.

Está permitido, sin embargo, que las calles se pueblen de vecinos que, con barbijo y sin rumbo fijo, se entregan a tapear al aire libre, arropados por una térmica de 26 grados.

Restricciones para entrar a las iglesias en Sevilla, este Viernes Santo. Foto CEZARO DE LUCA

Iglesias vacías

El origen de las procesiones de la Semana Santa sevillana se remontan a finales del siglo XVI y principios del XVII. Y en 2019, la última vez que Sevilla las celebró como Dios manda, la visitaron 768.000 turistas.

Los eventos y el atractivo religioso de las 54 cofradías que pasearon en andas imágenes de Cristos y Vírgenes por la ciudad dejaron 352 millones de euros.

Pero este año, las iglesias sin hermandades están vacías. Sin gradas ni vallas que consagren la ciudad a los séquitos de nazarenos, que suelen marchar a paso lento con el rostro cubierto en señal de penitencia, el Viernes Santo en Sevilla se convirtió en una larga fila: hay que hacer cola para visitar las imágenes religiosas, que esta vez no se mueven de sus altares, o mantener la distancia de seguridad frente a la reja de la Catedral para entrar a la misa de oficio de las cinco de la tarde.

“¿Está segura de que se va a quedar? Porque la celebración dura dos horas y como los lugares son limitados, si entra se tiene que quedar hasta el final”, advierte una voluntaria a una señora en la puerta.

“Este año sólo hay capacidad para 600 personas -aclara a Clarín otro voluntario-. Un Viernes Santo sin pandemia aquí habría 4.000 fieles y pantallas en toda la catedral.”

El centro de Sevilla, en España, sin procesiones este año por la pandemia de Covid-19. Foto CEZARO DE LUCA

Las mujeres salieron, muchas vestidas de negro, con las mantillas del Jueves Santo. Los hombres, de traje. Fueron a dar un paseo, a tomarse una cañita (cerveza) y comerse unos chipirones a la plancha por 10,5 euros en alguna taberna de la calle Gago que desemboca en la Giralda y así ir haciendo tiempo hasta que las hermandades abran las puertas de sus iglesias.

Sevilla no vivía una Semana Santa sin procesiones desde 1933, cuando el aire turbio de la Segunda República española desmotivó a las hermandades sevillanas a salir a la calle.

“Al menos este año lo vamos a poder ver”, se consuelan Angela y su mamá, las dos con el escudo de la hermandad del Cristo del Cachorro estampado en el barbijo que llevan puesto.

Llegaron una hora y media antes de las 18.30, hora en la que la iglesia abre sus puertas, y están a tres cuadras de la fila que ya suma más de 800 metros.

Nunca se vio así al Cristo del Cachorro, que toda Sevilla está habituada a adorar en posición horizontal en el basapiés del Domingo de Resurrección. Nunca se lo vio así, en vertical, de pie.

Sevilla. Corresponsal

CB

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